domingo, 16 de octubre de 2011

6.- Domina el arte de la insinuación.


Hacer que tus objetivos se sientan insatisfechos y en necesidad de tu atención es esencial; pero si eres demasiado
obvio, entreverán tu intención y se pondrán a la defensiva. Sin embargo, aún no se conoce defensa contra la
insinuación, el arte de sembrar ideas en la mente de los demás soltando alusiones escurridizas que echen raíces
días después, hasta hacerles parecer a ellos que son ideas propias. La insinuación es el medio supremo para
influir en la gente. Crea un sublenguaje —afirmaciones atrevidas seguidas por retractaciones y disculpas,
comentarios ambiguos, charla banal combinada con miradas tentadoras— que entre en el inconsciente de tu
blanco para transmitirle tu verdadera intención. Vuelve todo sugerente.
INSINUACIÓN DEL DESEO.
Una noche de la década de 1770, un joven fue a la Ópera de París
para reunirse con su amante, la condesa de_. Habían peleado, así
que él ansiaba volver a verla. La condesa no había llegado aún a su
palco, pero desde uno contiguo una amiga de ella, Madame de T_
, llamó al joven para que se acercara, comentando que era un excelente golpe de suerte que se
hubieran encontrado esa noche: él debía acompañarla en un viaje que tenía que hacer. Al joven
le urgía ver a la condesa, pero Madame era encantadora e insistente, y él accedió a ir con ella.
Antes de que pudiera preguntar por qué o dónde, Madame lo condujo hasta su carruaje afuera,
que partió a toda prisa.
El joven encareció entonces a su anfitriona que le dijera adonde lo llevaba. Al principio ella se
limitó a reírse, pero por fin se lo dijo: al cháteau de su esposo. La pareja se había distanciado,
pero había decidido reconciliarse; su esposo era un pelmazo, sin embargo, y ella sentía que un
joven encantador como él animaría la situación. El joven estaba intrigado: Madame era una
mujer de edad mayor, con fama de ser más bien formal, aunque él también sabía que tenía un
amante, un marqués. ¿Por qué ella lo había elegido para esa excursión? La historia de Madame
no era muy creíble. Mientras viajaban, ella le sugirió que se asomara a la ventana para ver el
paisaje, como ella lo hacía. El tenía que inclinarse sobre ella para lograrlo; y justo cuando lo
hizo, el carruaje dio una sacudida. Madame lo prendió de la mano y cayó en sus brazos.
Permaneció ahí un momento, y luego se soltó, en forma algo abrupta. Tras un incómodo
silencio, ella preguntó: "¿Pretende convencerme de mi imprudencia respecto a usted?". El
afirmó que el episodio había sido un accidente, y le aseguró que se comportaría. La verdad, no
obstante, era que tenerla entre sus brazos le había hecho pensar otra cosa.
Llegaron al cháteau. El esposo salió a recibirlos, y el joven expresó su admiración por el
edificio. "Lo que usted ve no es nada", interrumpió Madame; "debo llevarlo al departamento de
Monsieur." Antes de que él pudiera preguntar qué quería decir, se cambió rápidamente de tema.
El esposo era en efecto un pelmazo, pero se excusó después de cenar. Entonces Madame y el
joven se quedaron solos. Ella lo invitó a pasear en los jardines; era una noche espléndida, y
mientras caminaban, Madame deslizó su brazo en el de él. No temía que abusara de ella, le dijo,
porque sabía del cariño que profesaba a su buena amiga la condesa. Hablaron de otras cosas,
pero Madame volvió después al tema de su amante, la condesa: "¿Lo hace feliz? Ay, mucho me
temo lo contrario, y eso me aflige... ¿No es usted víctima a menudo de sus extraños caprichos?".
Para sorpresa del joven, Madame se puso a hablar de la condesa en una forma que daba a
entender que ella le había sido infiel (algo que él sospechaba). Madame suspiró; lamentaba decir
esas cosas sobre su amiga, y le pidió que la perdonase; luego, como si se le hubiera ocurrido una
nueva idea, mencionó un pabellón cercano, un lugar delicioso, lleno de gratos recuerdos. Pero lo
malo era que estaba cerrado, y ella no tenía la llave. Aun así llegaron hasta pabellón, y he ahí
que la puerta estaba abierta. Adentro estaba oscuro, pero el joven intuyó que era un lugar de
encuentro. Entraron y se hundieron en un sofá; y antes de darse cuenta de nada, él la tomó en
sus brazos. Madame pareció rechazarlo, pero luego cedió. Finalmente, ella volvió en sí: debían
regresar a la casa. ¿El había llegado demasiado lejos? Debía intentar controlarse.
Mientras volvían a la residencia, Madame comentó: "¡Qué deliciosa noche hemos pasado!". ¿Se
refería a lo que había sucedido en el pabellón? "Hay un cuarto aún más encantador en el
cháteau", continuó, "pero ya no puedo enseñar nada a usted", añadió, dando a entender que él
había sido demasiado atrevido. Madame ya había mencionado ese cuarto ("el departamento de
Monsieur") varias veces; él no imaginaba qué podía tener de interesante, pero para ese momento
moría por verlo e insistió en que ella se lo mostrara. "Si promete ser bueno", replicó Madame,
abriendo mucho los ojos. Ella lo condujo por las tinieblas de la casa hasta aquella habitación,
que, para deleite de él, era una especie de templo del placer: había espejos en las paredes,
cuadros de trompe Voeü que evocaban una escena en el bosque, e incluso una gruta oscura y
una engalanada estatua de Eros. Invadido por la atmósfera del lugar, el joven reanudó al instante
lo que había iniciado en el pabellón, y habría perdido toda noción del tiempo si una criada no
hubiese irrumpido para avisarles que amanecía ya: pronto Monsieur estaría de pie.
Se separaron de inmediato. Más tarde, mientras el joven se preparaba para marcharse, su
anfitriona le dijo: "Adiós, Monsieur. ¡Le debo tantos placeres! Pero le he pagado con dulces
sueños. Ahora su amor lo reclama de vuelta... No dé a la condesa causa de reñir conmigo". Al
reflexionar de regreso en su experiencia, él no podía entender qué significaba. Tenía la vaga
sensación de que se le había utilizado, pero los placeres que recordaba eran mayores que sus
dudas.
Interpretación. Madame de T es un personaje del cuento libertino
del siglo XVIII "Mañana no", de Vivant Denon. El joven es el narrador de la historia. Aunque
ficticias, las técnicas de Madame se basaban claramente en las de varias conocidas libertinas de
la época, maestras del juego de la seducción. Y la más peligrosa de sus armas era la insinuación:
el medio por el cual Madame hechiza al joven, lo hace parecer el agresor, obtiene la noche de
placer que deseaba y salvaguarda su inocente fama, todo ello de un solo golpe. Después de todo,
él fue quien inició el contacto físico, o al menos eso parecía. Porque la verdad es que ella era la
que estaba al mando, sembrando en la mente del joven justo las ideas que ella quería. Ese
primer encuentro físico én el carruaje, por ejemplo, que ella dispuso al invitarlo a acercarse: más
tarde lo reprendió por su atrevimiento, pero lo que persistió en la mente del muchacho fue la
excitación del instante. La plática de ella sobre la condesa lo confundió e hizo sentir culpable;
pero después Madame le dio a entender que su amante le era infiel, sembrando así en su mente
una semilla distinta: enojo, y deseo de venganza. Más tarde ella le pidió olvidar lo dicho y
perdonarla por haberlo hecho, táctica clave de insinuación: "Te pido que olvides lo que dije,
pero sé que no puedes hacerlo; la idea permanecerá en tu mente". Provocado de esta manera, fue
inevitable que él la estrechara en el pabellón. Madame mencionó varias veces el cuarto del
cháteau; él insistió, por supuesto, en ir ahí. Ella envolvió la noche en un aire de ambigüedad.
Aun sus palabras "Si promete ser bueno" podrían interpretarse de varias maneras. La cabeza y el
corazón del joven se avivaron con todos los sentimientos —descontento, confusión, deseo—
que indirectamente ella había infundido en él.
En particular en las primeras fases de la seducción, aprende a convertir todo lo que dices y
haces en una especie de insinuación. Infunde dudas con un comentario aquí y otro allá sobre
otras personas en la vida de tu víctima, haciéndola sentir vulnerable. El contacto físico leve
insinúa deseo, como lo hace también una mirada fugaz pero inolvidable, o un tono de voz
inusualmente cordial, ambas cosas por momentos muy breves. Un comentario casual sugiere
que hay algo en tu víctima que te interesa; pero procede sutilmente, para que tus palabras
revelen una posibilidad, creen una duda. Siembras así semillas que echarárKraíces en las
semanas por venir. Cuando no estés presente, tus objetivos fantasearán con las ideas que has
estimulado, y rumiarán sus dudas. Los llevarás pausadamente hasta tu telaraña, sin que sepan
que estás al mando. ¿Cómo podrían resistirse o ponerse a la defensiva si ni siquiera se dan
cuenta de lo que sucede?
Lo que distingue a una sugestión de otros tipos de influencia psíquica, como una orden o la
transmisión de una noticia o instrucción, es que en el caso de la sugestión se estimula en la
mente de otra persona una idea cuyo origen no se examina, sino que se acepta como si hubiera
brotado en forma espontánea en esa mente.
—Sigmund Freud.
CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.
Es imposible que pases por la vida sin tratar de convencer a la gente de algo, en una forma u
otra. Sigue la ruca directa, diciendo exacta-mente lo que quieres, y tu honestidad quizá te hará
sentir bien, pero es probable que no llegues a ninguna parte. La gente tiene sus propias ideas,
solidificadas por la costumbre; tus palabras, al entrar en su mente, compiten con miles de
nociones preconcebidas ya ahí, y no van a ningún lado. Aparte, la gente resentirá tu intento de
convencerla, como si fuera incapaz de decidir por sí misma, y tú el único listo. Considera en
cambio el poder de la insinuación y la sugerencia. Esto requiere un poco de arte y paciencia,
pero los resultados bien valen la pena.
La forma en que opera la insinuación es simple: disfrazada en medio de un comentario o
encuentro banal, se suelta una indirecta. Esta debe referirse a un tema emocional: un posible
placer no obtenido aún, falta de animación en la vida de una persona. La indirecta es registrada
en el fondo de la mente del objetivo, puñalada sutil a sus inseguridades; la fuente de la alusión
se olvida pronto. Es demasiado sutil para ser memorable en el momento; y después, cuando ha
echado raíces y crecido, parece haber surgido en forma natural en la mente del objetivo, como si
hubiera estado ahí desde siempre. La insinuación permite evitar la resistencia natural de la
gente, porque ésta parece escuchar sólo lo que se origina en ella. Es un lenguaje en sí misma,
que se comunica de modo directo con el inconsciente. Ningún seductor, ningún inducidor, puede
esperar tener éxito sin dominar el lenguaje y arte de la insinuación.
Una vez llegó un extraño a la corte de Luis XV. Nadie sabía nada de él, y su acento y edad eran
imprecisables. Dijo llamarse el conde de Saint-Germain. Obviamente era rico; toda suerte de
gemas y diamantes relucían en su saco, sus mangas, sus zapatos, sus dedos. Tocaba el violín a la
perfección, pintaba magníficamente. Pero lo más embriagador en él era su conversación.
Lo cierto es que el conde fue el mayor charlatán del siglo XVII, un hombre que dominaba el
arte de la insinuación. Mientras hablaba, deslizaba una palabra aquí y otra allá: una vaga alusión
a la piedra filosofal, que convertía todos los metales en oro, o al elíxir de la eterna juventud. No
decía que poseyera esas cosas, pero conseguía que se le asociara con sus poderes. Si hubiera
afirmado tenerlas, nadie le habría creído, y la gente se habría alejado de él. El conde podía
hablar de un hombre muerto cuarenta años antes como si lo hubiera conocido en persona; pero
de ser así, habría tenido más de ochenta años, y parecía estar en los cuarenta y tantos.
Mencionaba el elíxir de la eterna juventud... parece tan joven...
La clave de las palabras del conde era la vaguedad. Siempre soltaba sus indirectas en medio de
una conversación vivaz, graciosas notas en una melodía incesante. Sólo más tarde los demás
reflexionaban en lo que había dicho. Pasado un tiempo, la gente empezó a buscarlo, inquiriendo
sobre la piedra filosofal y el elíxir de la eterna juventud, sin reparar en que era él quien había
sembrado esas ideas en su mente. Recuerda: para sembrar una idea seductora debes cautivar la
imaginación de las personas, sus fantasías, sus más profundos anhelos. Lo que pone el
mecanismo en marcha es sugerir cosas que la gente quiere oír: la posibilidad de placer, riqueza,
salud, aventura. Al final, esas buenas cosas resultan ser justo lo que tu pareces ofrecerle. Ella te
buscará como por iniciativa propia, sin saber que tú inculcaste la idea en su cabeza.
En 1807, Napoleón Bonaparte decidió que era crucial para él conquistar para su causa al zar
ruso Alejandro I. Quería dos cosas de él: un tratado de paz en que acordaran dividirse Europa y
Medio Oriente, y una alianza matrimonial conforme a la cual él se divorciaría de Josefina y se
casaría con una integrante de la familia del zar. En vez de proponer estas cosas directamente,
Napoleón decidió seducir a Alejandro. Usando civilizados encuentros sociales y conversaciones
amistosas como campos de batalla, se puso a trabajar. Un aparente lapsus Unguae reveló que
Josefina no podía tener hijos; Napoleón cambió rápidamente de tema. Un comentario aquí y
otro allá parecieron sugerir la asociación de los destinos de Francia y Rusia. Justo antes de
despedirse una noche, Napoleón habló de su deseo de tener hijos, suspiró tristemente y se
excusó para retirarse a dormir, dejando al zar consultar el asunto con la almohada. Luego llevó a
Alejandro a una obra de teatro cuyos temas eran la gloria, el honor y el imperio; entonces, en
conversaciones posteriores, pudo disfrazar sus insinuaciones bajo la pantalla de comentar esa
obra. Semanas después, el zar hablaba a sus ministros de una alianza matrimonial y un tratado
con Francia como si fueran ideas suyas.
Lapsus Unguae, comentarios aparentemente inadvertidos para "consultar con la almohada",
referencias tentadoras, afirmaciones de las que te disculpas al instante: todo esto posee inmenso
poder de insinuación. Cala tan hondo en la gente como un veneno, y cobra vida por sí solo. La
clave para triunfar con tus insinuaciones es hacerlas cuando tus objetivos están más relajados o
distraídos, para que no sepan qué ocurre. Las bromas corteses son a menudo una tachada
perfecta para esto; los demás piensan en lo que dirán después, o están absortas en sus ideas. Tus
insinuaciones apenas si serán registradas, que es justo lo que quieres.
En una de sus primeras campañas, John E Kennedy habló ante un grupo de veteranos. Sus
valientes hazañas durante la segunda guerra mundial —el incidente del PT-109 había hecho de
él un héroe de guerra— eran conocidas por todos; pero en su discurso, Kennedy se refirió a los
demás hombres en ese barco, sin aludir jamás a sí mismo. ; Sabía, sin embargo, que lo que había
hecho estaba en la mente de todos, porque en realidad él lo puso ahí. Su silencio sobre el tema
hizo no sólo que los presentes pensaran en él por sí mismos, sino también que él pareciera
humilde y modesto, cualidades que van bien con el heroísmo. En la seducción, como aconsejaba
la cortesana francesa Ninón de I'Encíos, es mejor no verbalizar el amor por la otra persona. Que
tu blanco lo perciba en tu actitud. Tu silencio tendrá más poder de insinuación que tu voz.
No sólo las palabras insinúan; presta atención a miradas y gestos. La técnica favorita de
Madame Récamier era la de incesantes palabras banales y una mirada tentadora. El flujo de la
conversación impedía a los hombres pensar mucho en esas miradas ocasionales, pero se
obsesionaban con ellas. Lord Byron tenía su famosa "mirada de soslayo": mientras se hablaba
de un tema anodino, inclinaba la cabeza, pero de pronto una joven (su objetivo) lo sorprendía
mirándola, inclinada aún la cabeza. Era una mirada que parecía peligrosa, desafiante, pero
también ambigua; muchas mujeres cayeron atrapadas por ella. El rostro habla un idioma propio.
Acostumbramos tratar de interpretar el rostro de las personas, el cual suele ser un mejor
indicador de sus sentimientos que lo que ellas dicen, algo que es fácil de controlar. Como la
gente siempre interpreta tus miradas, úsalas para transmitir las señales insinuantes de tu
elección.
Por último, la causa de que la insinuación dé tan buenos resultados no es sólo que evita la
resistencia natural de la gente. También, que es el lenguaje del placer. Hay muy poco misterio
en el mundo; demasiadas personas dicen exactamente lo que sienten o quieren. Ansiamos algo
enigmático, algo que alimente nuestras fantasías. Dada la falta de sugerencia y ambigüedad en
la vida diaria, quien las usa repentinamente parece poseer algo tentador y lleno de presagios.
Este es una especie de juego incitante: ¿qué trama esa persona? ¿Qué se propone? Indirectas,
sugerencias e insinuaciones crean una atmósfera seductora, que indica que la víctima no
participa ya de las rutinas de la vida diaria, sino que ha entrado a otra esfera.
Símbolo. La semilla. La tierra se prepara con ahínco. Las semillas se siembran con meses de
anticipación. Una vez en el suelo, nadie sabe qué mano las arrojó ahí. Forman parte del
terreno. Oculta tus manipulaciones sembrando semillas que echen raíces por sí solas.
REVERSO.
El peligro de la insinuación es que, cuando optas por la ambigüedad, tu objetivo puede incurrir
en interpretaciones erróneas. Hay momentos, en particular en etapas avanzadas de la seducción,
en que es mejor comunicar directamente una idea, sobre todo una vez que sabes que tu blanco la
aceptará. Casanova solía proceder así. Cuando percibía que una mujer lo deseaba, y que
necesitaba poca preparación, se servía de un comentario franco, sincero y efusivo que llegara
directo a su cabeza, como una droga, y la hiciera caer bajo su hechizo. Cuando el libertino y
escritor Gabriele D'Annunzio conocía a una mujer a la que deseaba, era raro que perdiera
tiempo. Halagos salían de su boca ^ su pluma. Encantaba con su "sinceridad" (la cual puede
fingirse, entre tantas otras estratagemas). Esto sólo funciona cuando sientes que el objetivo será
tuyo con facilidad. De lo contrario, las defensas y sospechas provocadas por el ataque directo
volverán imposible tu seducción. En caso de duda, el método indirecto es la mejor vía.

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