domingo, 16 de octubre de 2011

4.- Aparenta ser un objeto de deseo: Forma triángulos.



Pocos se sienten atraídos por una persona que otros evitan o relegan; la gente se
congrega en torno a los que despiertan interés. Queremos lo que otros quieren. Para
atraer más a tus víctimas y provocarles el ansia de poseerte, debes crear un aura de
deseabilidad: de ser requerido y cortejado por muchos. Será para ellos cuestión de
vanidad volverse el objeto preferido de tu atención, conquistarte sobre una multitud
de admiradores. Crea la ilusión de popularidad rodeándote de personas del sexo
opuesto: amigas, examantes, pretendientes. Forma triángulos que estimulen la
rivalidad y aumenten tu valor. Hazte de una fama que te preceda: si muchos han
sucumbido a tus encantos, debe haber una razón.
FORMACIÓN DE TRIÁNGULOS.
Una noche de 1882, Paul Rée, filósofo prusiano de treinta y dos años de edad, quien vivía
entonces en Roma, visitó la casa de una mujer entrada en años que tenía un salón de escritores y
artistas. Rée se fijo ahí en una recién llegada, una rusa de veintiún años llamada Lou von
Salomé, quien había ido a Roma de vacaciones con su madre. Rée se presentó y comenzaron
una conversación que se prolongó hasta altas horas de la noche. Las ideas de ella acerca de Dios
y la moral eran parecidas a las suyas; hablaba con mucha pasión, pero al mismo tiempo sus ojos
parecían coquetearle. Los días siguientes, Rée y Salomé dieron largos paseos por la ciudad.
Intrigado por su mente pero confundido por las emociones que provocaba, él quería pasar más
tiempo con ella. Un día, ella lo sorprendió con una propuesta: sabía que él era buen amigo del
filósofo Friedrich Nietzsche, entonces también de visita en Italia. Los tres, dijo ella, debían
viajar juntos; no, en realidad debían vivir juntos, en una especie de ménage á trois de filósofos.
Feroz crítico de la moral cristiana, a Rée esa idea le pareció excelente. Escribió a su amigo
sobre Salomé, describiendo lo ansiosa que estaba de conocerlo. Tras varias cartas, Nietzsche se
precipitó a Roma.
Rée había hecho esa invitación para complacer a Salomé, y para impresionarla; también quería
ver si Nietzsche compartía su entusiasmo por las ideas de la joven. Pero tan pronto como
Nietzsche llegó, sucedió algo desagradable:) el gran filósofo, quien siempre había sido un
solitario, quedó obviamente prendado de Salomé. En lugar de que los tres compartieran
conversaciones intelectuales, Nietzsche pareció conspirar para estar a solas con la muchacha.
Cuando Rée se dio cuenta de que Nietzsche y Salomé hablaban sin incluirlo, sintió escalofríos
de celos. Al diablo con el ménage á trois entre filósofos: Salomé era suya, él la había
descubierto, y no la compartiría, ni siquiera con su buen amigo. De alguna manera, él tenía que
quedarse a solas con ella. Sólo entonces podría cortejarla y conquistarla.
Madame Salomé había planeado llevar de regreso a su hija a Rusia, pero Salomé quería
permanecer en Europa. Rée intervino, ofreciendo viajar con las Salomé a Alemania y
presentarlas con su madre, quien, prometió, se encargaría de la muchacha y actuaría como dama
de compañía. (Rée sabía que su madre sería una guardiana poco estricta, en el mejor de los
casos.) Madame Salomé estuvo de acuerdo con esta propuesta, pero fue más difícil sacudirse de
Nietzsche: éste decidió acompañarlos en su viaje al norte, al hogar de Rée en Prusia. En cierto
momento del viaje, Nietzsche y Salomé dieron un paseo solos; y cuando regresaron, Rée tuvo la
sensación de que entre ellos había sucedido algo físico. Le hirvió la sangre; Salomé se le
escurría de las manos.
Finalmente el grupo se dividió: la madre retornó a Rusia, Nietzsche a su casa de verano en
Tautenburg, y Rée y Salomé se quedaron en casa de él. Pero Salomé no permaneció ahí mucho
tiempo: aceptó una invitación de Nietzsche para visitarlo, sin compañía, en Tautenburg. En su
ausencia, las dudas y la ira consumieron a Rée. La quería más que nunca, y estaba dispuesto a
redoblar sus esfuerzos. Cuando ella por fin regresó, Rée dio rienda suelta a su rencor: clamó
contra Nietzsche, criticó su filosofía y cuestionó sus motivos con la muchacha. Pero Salomé se
puso de parte de Nietzsche. Rée se desesperó; creyó que la había perdido para siempre. Pero
días después ella volvió a sorprenderlo: había decidido que quería vivir con él, sólo con él.
Al fin Rée tenía lo que había querido, o al menos eso creía. La pareja se instaló en Berlín, donde
rentó un departamento. Pero entonces, para consternación de Rée, la antigua pauta se repitió.
Vivían juntos, pero Salomé era cortejada en todas partes por los jóvenes. Niña mimada de los
intelectuales de Berlín, que admiraban su espíritu independiente, su negativa a transigir, estaba
constantemente rodeada por un harén de hombres, quienes la llamaban "Su Excelencia". Una
vez más Rée se vio compitiendo por su atención. Fuera de sí, la abandonó años después, y más
tarde se suicidó.
En 1911, Sigmund Freud conoció a Salomé (ya entonces conocida como Lou Andreas-Salomé)
en un congreso en Alemania. Ella quería dedicarse al movimiento del psicoanálisis, dijo, y
Freud la halló encantadora, aunque, como todos los demás, conocía la historia de su tristemente
célebre aventura con Nietzsche (véase página 82, "El dandy")- Salomé no tenía experiencia en
el psicoanálisis ni en terapias de ninguna otra especie, pero Freud la admitió en el círculo íntimo
de sus seguidores que asistían a sus conferencias privadas. Poco después de que ella se integró
al círculo, uno de los más prometedores y brillantes estudiantes de Freud, el doctor Victor
Tausk, dieciséis años menor que Salomé, se enamoró de ella. La relación de Salomé con Freud
había sido platónica, pero él le había tomado mucho cariño. Se deprimía cuando ella faltaba a
una conferencia, y le enviaba notas y flores. Su enredo en una aventura con Tausk le causó
grandes celos, y empezó a competir por su atención. Tausk había sido como un hijo para él, pero
el hijo amenazaba con hurtar la amante platónica del padre. Sin embargo, Salomé dejó pronto a
Tausk. Su amistad con Freud se hizo entonces más firme que nunca, y duró hasta su muerte, en
1937.
Interpretación. Los hombres no sólo se enamoraban de Lou Andreas-Salomé: sentían que los
abrumaba el deseo de poseerla, de arrebatarla a otros, de ser el orgulloso dueño de su cuerpo y
espíritu. Rara vez la
veían sola; de un modo u otro, ella siempre se rodeaba de hombres. Cuando vio que Rée se
interesaba en ella, mencionó su deseo de conocer a Nietzsche. Esto enfureció a Rée, e hizo que
quisiera casarse con ella y conservarla para sí, pero Lou insistió en conocer a su amigo. Las
cartas de él a Nietzsche delataban su deseo por esa mujer, y esto encendió a su vez el deseo de
Nietzsche por ella, aun antes de conocerla. Cada vez que uno de los dos estaba solo con ella, el
otro se mantenía en segundo plano. Más tarde, la mayoría de los hombres que la conocieron
sabían de su infausta aventura con Nietzsche, pero esto sólo incrementaba su deseo de poseerla,
de competir con el recuerdo del filósofo. El afecto de Freud por ella, de igual manera, se
convirtió en potente deseo cuando él tuvo que rivalizar con Tausk por su atención. Salomé era
de suyo inteligente y atractiva; pero su constante estrategia de imponer a sus pretendientes un
triángulo de relaciones la volvía más deseable aún. Y mientras ellos peleaban por ella, Lou tenía
el poder, siendo deseada por todos sin estar sometida a ninguno.
Nuestro deseo de otra persona implica casi siempre consideraciones sociales: nos atraen quienes
son atractivos para otros. Queremos poseerlos y arrebatarlos. Tú puedes creer todas las tonterías
sentimentales que quieras sobre el deseo; pero en definitiva, gran parte de él tiene que ver con la
vanidad y la codicia. No te quejes ni moralices sobre el egoísmo de la gente; úsalo simplemente
en tu beneficio. La ilusión de que otros te desean te volverá más atractivo para tus víctimas que
tu bonita cara o tu cuerpo perfecto. Y la manera más efectiva de crear esa ilusión es formar un
triángulo: impon otra persona entre tu víctima Y tú, y haz sutilmente que tu víctima sepa cuánto
te quiere esa persona. El tercer punto en el triángulo no necesariamente tiene que ser un solo
individuo: rodéate de admiradoras, revela tus conquistas pasadas; en otras palabras, envuélvete
en un aura de de-seabilidad. Haz que/tus objetivos compitan con tu pasado y tu presente.
Ansiarán poseerte ellos solos, lo que te brindará enorme poder mientras eludas su control. Si
desde el principio no te conviertes en un objeto de deseo, terminarás siendo el lamentable
esclavo de los caprichos de tus amantes: ellos te abandonarán tan pronto como pierdan interés.
[Una persona] deseará un objeto mientras esté convencida de que también lo desea otra, a la
que admira.
—Rene Girard.
CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.
Somos animales sociales, y los gustos y deseos de otras personas ejercen inmensa influencia en
nosotros. Imagina una reunión muy concurrida. Ves a un hombre solo, con quien nadie platica ni
por error, y que vaga de un lado a otro sin compañía; ¿no hay en él una especie de aislamiento
autoinfligido? ¿Por qué está solo, por qué se le evita? Tiene que haber una razón. Hasta que
alguien se compadezca de ese hombre e inicie una conversación con él, parecerá indeseado e
indeseable. Pero allá, en otro rincón» una mujer está rodeada de gran número de personas. Ríen
de sus comentarios, y al hacerlo, otros se suman al grupo, atraídos por su regocijo. Cuando ella
cambia de lugar, la gente la sigue. Su rostro resplandece a causa de la atención que recibe. Tiene
que haber una razón.
En ambos casos, desde luego, en realidad no tiene que haber una razón en absoluto. Es posible
que el hombre desdeñado posea cualidades encantadoras, suponiendo que alguna vez hablaras
con él; pero lo más probable es que no lo hagas. La deseabilidad es una ilusión social. Su fuente
es menos lo que dices o haces, o cualquier clase de jactancia o autopromoción, que la sensación
de que otras personas te desean. Para convertir el interés de tus objetivos en algo más profundo,
en deseo, debes hacer que te vean como una persona a la que otras aprecian y codician. El deseo
es tanto imitativo (nos gusta lo que les gusta a otros) como competitivo (queremos quitarles a
otros lo que tienen). De niños deseamos monopolizar la atención de uno de nuestros padres,
alejarlo de nuestros demás hermanos. Esta sensación de rivalidad domina el deseo humano, y se
repite a todo lo largo de nuestra vida. Haz que la gente compita por tu atención, que te vea como
alguien a quien todos persiguen. El aura de deseabilidad te envolverá.
Tus admiradoras pueden ser amigas, y aun pretendientes. Llamémosle el efecto harén. Paulina
Bonaparte, hermana de Napoleón, aumentaba su valor a ojos de los hombres teniendo siempre
un grupo de adoradores a su alrededor en bailes y fiestas. Si daba un paseo, nunca lo hacía con
un solo hombre, siempre con dos o tres. Quizá eran simplemente amigos, o incluso piezas
decorativas y satélites; su vista bastaba para sugerir que ella era valorada y deseada, una mujer
por la que valía la pena pelear. Andy Warhol también se rodeaba de la gente más glamurosa e
interesante posible. Formar parte de su círculo ultimo significaba ser deseable también.
Colocándose en el centro pero manteniéndose ajeno a todo, él hacía que todos compitieran por
su atención. Conteniéndose, incitaba en los demás el deseo de poseerlo.
Prácticas como éstas no sólo estimulan deseos competitivos; apuntan a la principal debilidad de
la gente: su vanidad y autoestima. Soportamos sentir que otra persona tiene más talento o
dinero, pero la sensación de que un rival es más deseable que nosotros resulta insufrible. A
principios del siglo XVIII, el duque de Richelieu, un gran libertino, logró seducir a una joven algo
religiosa pero cuyo esposo, que era un idiota, se ausentaba con frecuencia. Luego procedió a
seducir a su vecina del piso de arriba, una viuda joven. Cuando ambas .descubrieron que él
pasaba de una a otra en la misma noche, se lo reclamaron. Un hombre de menor valía habría
huido, pero no el duque; él conocía la dinámica de la vanidad y el deseo. Ninguna de esas
mujeres quería sentir que prefería a la otra. Así, concertó un pequeño ménage á trois, sabiendo
que entonces pelearían entre ellas por ser la favorita. Cuando la vanidad de la gente está en
riesgo, puedes lograr que haga lo que tú quieras. Según Stendhal, si te interesa una mujer,
corteja a su hermana. Eso provocará un deseo triangular.
Tu fama —tu ilustre pasado como seductor— es una manera eficaz de crear un aura de
deseabilidad. Las mujeres se echaban a los pies de Erro Flynn no por su bonita cara, y menos
aún por sus habilidades actorales, sino por su reputación. Sabían que otras lo habían encontrado
irresistible. Una vez que estableció esa fama, Flynn no tuvo que continuar persiguiendo
mujeres: ellas llegaban a él. Los hombres e creen que la fama de libertinos hará que las mujeres
les teman o desconfíen de ellos, y que se le debe restar importancia, están muy equivocados. Al
contrario: eso los vuelve más atractivos. La virtuosa duquesa de Montpensier, la Grande
Mademoiselle de la Francia del siglo XVII, empezó disfrutando de la amistad del libertino
Lauzun, pero pronto se le ocurrió una idea inquietante: si un hombre con el pasado de Lauzun
no la veía como posible amante, algo tenía que estar mal en ella. Esta ansiedad la empujó
finalmente a sus brazos. Formar parte del club de conquistas de un gran seductor puede ser
cuestión de vanidad y orgullo. Nos agrada contarnos en esa compañía, hacer nuestro nombre se
difunda como amante de tal hombre o mujer. Aun si tu fama no es tan tentadora, debes hallar la
manera de sugerir a tu víctima que otros, muchos otros, te juzgan deseable. Esto es
tranquilizador. No hay nada como un restaurante lleno de mesas vacías para convencerte de no
entrar.
Una variación de la estrategia del triángulo es el uso de contrastes: la cuidadosa explotación de
personas insulsas o poco atractivas puede favorecer tu deseabilidad en comparación. En una
ocasión social, por ejemplo, cerciórate de que tu blanco charle con la persona más aburrida entre
las presentes. Llega a su rescate y le deleitará verte. En el Diario de un seductor, de S0ren
Kierkegaard, Johannes tiene designios sobre la inocente y joven Cordelia. Sabiendo que su
amigo Edward es irremediablemente tímido y soso, lo alienta a cortejarla; unas semanas de
atenciones de Edward harán que los ojos de Cordelia vaguen en busca de otra persona,
cualquiera, y Johannes se asegurará de que se fijen en él. Johannes optó por la estrategia y la
maniobra, pero casi cualquier medio social contendrá contrastes de los que puedes hacer uso
en forma casi natural. Nell Gwyn, actriz inglesa del siglo XVII, fue la principal amante del
rey Carlos II a causa de que su humor y sencillez la volvían mucho más deseable entre las
estiradas y pretensiosas damas de la corte. Cuando la actriz de Shanghai Jiang Qing
conoció a Mao tse-Tung en 1937, no tuvo que haces mucho para seducirlo; las demás
mujeres en su campamento montañoso en Yenan se vestían como hombres, y eran
decididamente poco femeninas. La sola vista de Jiang fue suficiente para seducir a Mao,
quien pronto dejó a su esposa por ella. Para hacer uso de contrastes-desarrolla y despliega
los atractivos atributos (humor, vivacidad, etcétera) que más escasean en tu grupo social, o
elige un grupo en que tus cualidades naturales sean raras, y fulgurarán.
El uso de contrastes tiene vastas ramificaciones políticas, porque una figura política
también debe seducir y parecer deseable. Aprenda a acentuar las cualidades de las que tus
rivales carecen. Pedro II, zar en la Rusia del siglo XVIII, era arrogante e irresponsable, así
que su esposa, Catalina la Grande, hizo todo lo posible por parecer modesta Y digna de
confianza. Cuando Vladimir Ilich Lenin regresó a Rusia en 1917 tras la deposición del zar
Nicolás II, hizo alarde de determinación y disciplina, justo lo que ningún líder tenía
entonces. En la contienda presidencial estadunidense de 1980, la falta de resolución de
Jimmy Cárter hizo que la determinación de Ronald Reagan pareciera deseable. Los
contrastes son eminentemente seductores porque no dependen de tus palabras ni de la
autopromoción. La gente los percibe de modo inconsciente, y ve lo que quiere ver.
Por último, aparentar ser desead© por otros aumentará tu valar; I pero a menudo
también tu comportamiento influirá en ello. No permitas que tus blancos te vean muy
seguido; manten tu distancia, parece inasible, fuera de su alcance. Un objeto raro y difícil
de obtener suele ser más preciado.
Símbolo. El trofeo. Quieres ganarlo y lo crees valioso porque ves a los demás competidores. Algunos
querrían, por bondad, premiar a todos por su esfuerzo, pero el trofeo perdería su valor. Debe
representar no sólo tu victoria, sino también la derrota de los demás.
REVERSO.
No hay reverso posible en este caso. Es esencial parecer deseable a ojos de otros.


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