domingo, 16 de octubre de 2011

19. Usa señuelos espirituales.


Todos Uñemos dudas e inseguridades, sobre nuestro cuerpo, autoestima, sexualidad. Si tu seducción
apela exclusivamente a lo físico, atizarás esas dudas y cohibirás a tus objetivos. Líbralos en cambio de
sus inseguridades dirigiendo su atención a algo sublime y espiritual: una experiencia religiosa, una
eminente obra de arte, él ocultismo. Exagera tus cualidades divinas; adopta un aire de insatisfacción con
las cosas materiales; habla de las estrellas, el destino, la trama oculta que te une con el objeto de tu
seducción. Perdido en una bruma espiritual, él objetivo se sentirá ligero y desinhibido. Acentúa él efecto
de tu seducción haciendo que su culminación sexual semeje la unión espiritual de dos almas.
OBJETO DE CULTO.
Liane de Pougy era la cortesana reinante en el París de la década de 1890. Esbelta y
andrógina, constituía una novedad, y los hombres más ricos de Europa competían por
poseerla. Para fines de esa década, sin embargo, se había cansado de todo. "Qué vida
tan estéril", escribió a una amiga. "Siempre la misma rutina: el Bois, las carreras, prueba
de ropa; y para terminar un insípido día: ¡la cena!" Lo que más fastidiaba a la cortesana
era la constante atención de sus admiradores, quienes querían monopolizar sus
encantos físicos.
Un día de primavera de 1899, Liane paseaba en un carruaje abierto por el Bois de
Boulogne. Como de costumbre, los hombres levantaban su sombrero cuando ella
pasaba. Pero uno de esos admiradores la tomó por sorpresa: una joven de largo cabello
rubio, que le lanzó una intensa mirada de adoración. Liane le sonrió, y ella le sonrió a
su vez y le hizo una reverencia.
Días después Liane empezó a recibir tarjetas y flores de una estadunidense de
veintitrés años de edad llamada Natalie Barney, quien se identificó como la
admiradora rubia en el Bois de Boulogne, y le pidió una cita. Liane invitó a Natalie a
visitarla, pero para divertir-se decidió jugarle una pequeña broma: una amiga ocuparía
su lugar, tendiéndose en su cama en el boudoir a oscuras, mientras Liane se escondía
tras un biombo. Natalie llegó a la hora convenida. Iba vestida de paje florentino y
llevaba un ramo de flores. Arrodillándose ante la cama, empezó a alabar a la cortesana,
comparándola con una pintura de Fray Angélico. Pronto oyó que alguien reía, y al
ponerse de pie se dio cuenta de la broma que se le había jugado. Se ruborizó y se
dirigió a la puerta. Cuando Liane salió a toda prisa del biombo, Nata-lie la reprendió:
la cortesana tenía cara de ángel, pero al parecer no el espíritu. Arrepentida, Liane
murmuró: "Vuelve mañana en la mañana. Estaré sola".
La joven estadunidense apareció al día siguiente, con el mismo atuendo. Era ingeniosa
y vehemente; Liane se relajó en su presencia, y la invitó a quedarse para el ritual
matutino de una cortesana: el elaborado maquillaje, ropa y joyas que se ponía antes de
salir al mundo. Observando reverentemente, Natalie comentó que adoraba la belleza, y
que Liane era la mujer más hermosa que ella hubiera visto nunca. Haciendo el papel de
paje, siguió a Liane hasta el coche, le abrió la puerta con una inclinación y la acompañó
en su viaje habitual por el Bois de Boulogne. Una vez en el parque, Natalie se arrodilló,
sin ser vista por los caballeros que pasaban, levantándose el sombrero ante la
cortesana. Recitó poemas que había escrito en honor de Liare, y le dijo que consideraba
su misión rescatarla del sórdido medio en que había caído.
Esa noche Natalie la llevó al teatro para ver a Sarah Bernhardt interpretando a Hamlet.
En el intermedio le dijo a Liane que se identificaba con Hamlet: su ansia de lo sublime,
su odio a la tiranía, la que, para ella, era la tiranía de los hombres sobre las mujeres. Los
días siguientes, Liane recibió un continuo caudal de flores de Natalie, y telegramas con
pequeños poemas en su honor. Poco a poco, las palabras y miradas de veneración se
hicieron más físicas, con el ocasional contacto, luego una caricia, incluso un beso —y
un beso que pareció diferente a cualquier otro que Liane hubiera experimentado hasta
entonces. Una mañana, en presencia de Natalie, Liane se preparó para tomar un baño.
Mientras se quitaba el camisón, Natalie se echó de pronto a sus pies, besando sus
tobillos. La cortesana se liberó y se metió corriendo a la bañera, sólo para que Natalie
se quitara la ropa y la acompañara. En unos días, todo París sabía que Liane de Pougy
tenía una nueva amante: Natalie Barney.
Liane no hizo el menor esfuerzo por esconder su nueva aventura, al publicar una
novela, Idylle Saphique, en la que detallaba todos los aspectos de la seducción de
Natalie. Nunca antes había tenido un romance con una mujer, y describía su relación
con Natalie como algo semejante a una experiencia mística. Aun al final de su larga
vida, recordaba esta aventura como, por mucho, la más intensa de todas.
Renée Vivien era una joven inglesa que había ido a París para escribir poesía y huir del
matrimonio que su padre intentaba imponerle. Renée estaba obsesionada con la
muerte; también sentía que algo estaba mal en ella, pues experimentaba momentos de
intenso odio a sí misma. En 1900 conoció a Natalie en el teatro. Algo en la amable
mirada de la estadunidense derritió su normal reserva, y comenzó a mandarle poemas
a Natalie, quien le respondía con poemas propios. Pronto se hicieron amigas. Renée le
confesó que había tenido una amistad muy intensa con una mujer, pero siempre
platónica: la idea de una relación física le repugnaba. Natalie le contó de la antigua
poeta griega Safo, quien celebraba el amor entre mujeres como el único inocente y
puro. Una noche, Renée, inspirada por sus conversaciones con Natalie, la invitó a su
departamento, que había transformado en una especie de capilla. La sala estaba llena
de velas y azucenas blancas, las flores que ella asociaba con Natalie. Esa noche se
hicieron amantes. Poco después ya vivían juntas; pero cuando Renée reparó en que
Natalie no podía serle fiel, su amor se tornó odio. Rompió la relación, se mudó y juró
no volver a verla jamás.
En los meses siguientes Natalie le mandó cartas y poemas, y se apareció en su nueva
casa, pero fue en vano. Renée no quería tener nada que ver con ella. Sin embargo, una
noche en la ópera Natalie se sentó junto a ella y le dio un poema que había escrito en su
honor. Expresó su pesar por el pasado, y también una simple petición: que hicieran
una peregrinación a la isla griega de Lesbos, el hogar de Safo. Sólo ahí podrían
purificarse, y purificar su relación. Renée no pudo resistirse. En aquella isla siguieron
los pasos de la poeta, y se imaginaron transportadas a los días paganos e inocentes de
la antigua Grecia. Para Renée, Natalie se había convertido en la misma Safo. Cuando
finalmente regresaron a París, Renée le escribió: "Mi sirena rubia: No quiero que seas
como quienes habitan la Tierra. [...] Quiero que sigas siendo tú misma, porque así es
como me hechizas". Su romance duró hasta la muerte de Renée, en 1909.
Interpretación, Liane de Pougy y Renée Vivien sufrían una opresión similar: ambas
estaban absortas en sí mismas, hiperconscientes de ellas. La fuente de este hábito en
Liane era la constante atención que los hombres concedían a su cuerpo. Nunca podía
escapar a sus miradas, que la atormentaban con una sensación de pesadez. Renée,
entre tanto, pensaba demasiado en sus problemas: la represión de su lesbianismo, su
mortalidad. Se sentía consumida por su aborrecimiento de sí misma.
Natalie Barney, por el contrario, era optimista, alegre y estaba absorta en el mundo que
la rodeaba. Todas sus seducciones —que para el fin de su vida se contaban en cientos—
tenían una cualidad similar: sacaba a la víctima de sí misma, y dirigía su atención a la
belleza, la poesía, la inocencia del amor sanco. Invitaba a sus mujeres a participar en
una suerte de culto, en el que adoraban esas sublimidades. Para intensificar la
sensación de culto, las hacía participar en pequeños rituales: se ponían nuevos
nombres, se enviaban poemas en telegramas diarios, se disfrazaban, hacían
peregrinaciones a sitios sagrados. Dos cosas sucedían en forma inevitable: las mujeres
comenzaban a dirigir una parte de la veneración que experimentaban a Natalie, quien
parecía tan digna y hermosa como las cosas que ofrecía en adoración; y,
agradablemente distraídas en ese reino espiritualizado, perdían también toda la
pesadez que habían sentido en su cuerpo, su ser, su identidad. La represión de su
sexualidad se esfumaba. Para el momento en que Natalie las besaba o acariciaba, esto
parecía algo inocente, puro, como si hubieran regresado al Jardín del Edén antes de la
caída.
La religión es el gran bálsamo de la existencia, porque nos saca de nosotros mismos,
nos pone en relación con algo mayor. Cuando contemplamos el objeto de adoración
(Dios, la naturaleza), nuestras cargas se aligeran. Es maravilloso sentirnos elevados
sobre la tierra, experimentar esa clase de ligereza. Por proguesistas que sean los
tiempos, muchos nos sentimos incómodos con nuestro cuerpo, nuestros instintos
animales. Un seductor que presta demasiada atención a lo físico provocará inhibición,
y un residuo de repugnancia. Así, dirige tu atención a otra cosa. Invita a la otra persona
a adorar algo bello en el mundo. Podría ser la naturaleza, una obra de arte o incluso
Dios (o los dioses: el paganismo nunca pasa de moda); la gente muere por creer en
algo. Añade algunos rituales. Si puedes asemejarte a lo que rindes culto —si eres
natural, esteta, noble y sublime—, tus objetivos transferirán a ti su adoración. La
religión y la espiritualidad están llenas de matices sexuales, los cuales pueden salir a la
superficie una vez que hayas logrado que tus blancos pierdan su inhibición. Del éxtasis
espiritual al sexual no hay más que un paso.
Ven por mí, pronto, y llévame lejos. Purifícame con un gran incendio de amor divino,
no del tipo animal. Eres puro espíritu cuando quieres serlo, cuando lo sientes; aléjame
de mi cuerpo.
-Liane De Pougy.
CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.
La religión es el sistema más seductor que la humanidad ha creado. La muerte es
nuestro mayor temor, y la religión nos brinda la ilusión de que somos inmortales, de
que algo nuestro sobrevivirá. La idea de que somos una parte infinitesimal de un
universo vasto e indiferente es aterradora; la religión humaniza este universo, nos hace
sentirnos importantes y amados. No somos animales gobernados por instintos
incontrolables, animales que mueren sin razón aparente, sino criaturas hechas a
imagen de un ser supremo. También podemos ser sublimes, racionales y buenos. Todo
lo que alimenta un deseo o ilusión es seductor, y nada puede igualar a la religión en
este ámbito.
El placer es el anzuelo que usas para atraer a una persona a tu telaraña. Pero por listo
que seas como seductor, en el fondo de su mente tus objetivos saben cuál es el final, la
conclusión física a la que te diriges. Quizá pienses que tu objetivo no está reprimido y
ansia placer, pero a casi todos nos asedia un malestar de fondo con nuestra naturaleza
animal. A menos que enfrentes ese malestar, tus seducciones, aun si son exitosas a
corto plazo, serán superficiales y temporales. En cambio, como Natalie Barney, intenta
atrapar el alma de tu objetivo, sentar las bases de una seducción profunda y duradera.
Atrae a tu víctima a tu red con la espiritualidad, haciendo que el placer físico parezca
sublime y trascendente. La espiritualidad ocultará tus manipulaciones, sugerirá que tu
relación es eterna y dará margen al éxtasis en la mente de la víctima. Recuerda que la
seducción es un proceso mental, y nada embriaga más a la mente que la religión, la
espiritualidad y el ocultismo.
En Madame Bovary, la novela de Gustave Fíaubert, Rodolphe Boulanger visita al
doctor rural Bovary y se descubre interesado en la bella esposa del médico, Emma.
Boulanger "era brutal y astuto. Po-dría decirse que era un conocedor: había habido
muchas mujeres en su vida". El intuye que Emma está aburrida. Semanas después se
las arregla para encontrarla en una feria rural, donde consigue estar a solas con ella.
Boulanger adopta un aire de tristeza y melancolía: "He pasado mucho tiempo en un
cementerio a la luz de la luna, y me he preguntado si no sería mejor estar ahí tendido
con el resto. [...]". Menciona su mala fama; la merece, dice, pero ¿acaso es culpa suya?
"¿En verdad no sabe usted que existen almas incesantemente atormenta' das?" La toma
varias veces de la mano, pero Emma se la retira cortés-mente. Habla de amor, de la
fuerza magnética que une a dos personas. Quizá eso tenga raíces en una existencia
previa, alguna encarnación anterior de sus almas. "Mírenos a nosotros, por ejemplo.
¿Por que debíamos conocernos? ¿Cómo sucedió? Sólo puede ser que algo en nuestras
particulares inclinaciones nos haya hecho acortar cada vez más la distancia que nos
separaba, a la manera de dos ríos que corren juntos." Vuelve a tomarla de la mano y
esta vez ella se lo permite. Después de la feria, la evita durante varias semanas, y luego
aparece de súbito, afirmando que trató de mantenerse lejos pero que la suerte, el
destino, lo hizo retractarse. Lleva a montar a Emma. Cuando por fin da el paso, en el
bosque, ella parece asustada, y rechaza sus insinuaciones. "Usted debe tener una idea
equivocada", protesta él. "La llevo en mi corazón como una Virgen en un pedestal. [...]
Se lo ruego: ¡sea mi amiga, mi hermana, mi ángel!" Bajo el hechizo de sus palabras, ella
deja que él la abrace y la introduzca aún más en el bosque, donde sucumbe.
La estrategia de Rodolphe es triple. Primero habla de tristeza, melancolía, descontento,
temas que lo hacen parecer más noble que otras personas, como si las comunes
actividades materiales de la vida no pudieran satisfacerlo. Luego habla del destino, de
la atracción magnética de dos almas. Esto hace que su interés en Emma parezca no
tanto un impulso momentáneo como algo imperecedero, vinculado con el movimiento
de las estrellas. Finalmente habla de ángeles, lo elevado y lo sublime. Poniendo todo en
el plano espiritual, distrae a Emma de lo físico, la aturde, y despacha una seducción,
que habría podido tardar meses, en unos cuantos encuentros.
Las referencias de Rodolphe podrían parecer estereotipadas para los estándares
actuales, pero la estrategia en sí misma nunca envejece. Simplemente adáptala a las
modas ocultistas del momento. Adopta un aire espiritual, exhibe insatisfacción con las
banalidades de la vida. No es el dinero, el sexo ni el éxito lo que te mueve; tus impulsos
nunca son tan bajos. No, algo mucho más profundo te motiva. Sea lo que fuere,
manténlo vago, dejando imaginar al objetivo tus ocultas honduras. Las estrellas, la
astrología, la suerte siempre son atractivas; crea la sensación de que el destino te ha
unido con tu blanco. Esto hará que tu seducción parezca más natural. En un mundo en
que se controlan y falsifican demasiadas cosas, la sensación de que la suerte, la
necesidad o un poder superior guía tu relación es doblemente seductora. Si quieres
entretejer motivos religiosos en tu seducción, siempre es mejor elegir una religión
distante y exótica, con un aire ligeramente pagano. Es fácil pasar de la espiritualidad
pagana a la terrenalidad pagana. El tiempo cuenta: una vez que hayas agitado el alma
de tus objetivos, pasa rápido a lo físico, haciendo que lo sexual parezca meramente una
prolongación de las vibraciones espirituales que experimentas. En otras palabras,
emplea la estrategia espiritual lo más cerca posible del momento de tu acto audaz.
Lo espiritual no es exclusivamente lo religioso u oculto. Es todo lo que añade una
cualidad sublime, eterna a tu seducción. En el mundo moderno, la cultura y el arte han
ocupado de algún modo el lugar de la religión. Hay dos maneras de usar el arte en tu
seducción: primero, crearlo tú mismo, en honor del objetivo. Natalie Bamey escribía
poemas, y bombardeaba a sus blancos con ellos. La mitad del atractivo de Picasso para
muchas mujeres era la esperanza de que las inmortalizara en sus cuadros, porque Ars
tonga, vita brevis (El arte dura, la vida es breve), como decían en Roma. Aun si tu
amor es un capricho pasajero, al capturarlo en una obra de arte le das una seductora
ilusión de eternidad. La segunda manera de usar el arte es hacer que ennoblezca tu
aventura, dando a tu seducción un tono elevado. Natalie Barney llevaba a sus objetivos
al teatro, la ópera, museos, lugares llenos de historia y ambiente. En sitios como ésos tu
alma y la de tu blanco pueden vibrar en la misma onda espiritual. Claro que debes
evitar obras de arte terrenales o vulgares, que llamarían la atención sobre tus
intenciones. La obra de teatro, película o libro puede ser contemporáneo, y aun un
poco crudo, siempre y cuando contenga un mensaje noble y se relacione con una causa
justa. Incluso un movimiento político puede ser espiritualmente edificante. Recuerda
ajustar tus señuelos espirituales al objetivo. Si éste es desenfadado y cínico, el
paganismo o el arte será más productivo que el ocultismo o la piedad religiosa.
El místico ruso Rasputín era venerado por su santidad y poderes curativos. Fascinaba
en particular a las mujeres, quienes lo visitaban en su departamento en San
Petersburgo en busca de guía espiritual. Él hablaba con ellas de la simple bondad del
campesinado ruso, el perdón de Dios y otros temas insignes. Pero minutos después
soltaba uno o dos comentarios de muy diferente naturaleza: algo acerca de la
hermosura de la mujer, sus apetitosos labios, los deseos que podía inspirar en un
hombre. Hablaba de diferentes tipos de amor —amor de Dios, amor entre amigos,
amor entre un hombre y una mujer—, pero los combinaba todos como si fueran uno.
Entonces, cuando volvía a hablar de temas espirituales, tomaba de pronto la mano de
la mujer, o le murmuraba algo al oído. Todo esto tenía un efecto embriagador: las
mujeres se veían arrastradas a una suerte de vorágine, tanto elevadas espiritualmente
como sexualmente excitadas. Cientos de mujeres sucumbieron durante estas visitas
espirituales, porque el monje también les decía que no podían arrepentirse hasta que
hubieran pecado, y qué mejor que pecar con Rasputín.
Éste comprendía la íntima relación entre sexualidad y espiritualidad. La espiritualidad,
el amor de Dios, es una versión sublimada del amor sexual. El lenguaje de los místicos
religiosos de la Edad Media está lleno de imágenes eróticas: la contemplación de Dios y
de lo sublime puede brindar una especie de orgasmo mental. No hay brebaje más
seductor que la combinación de lo espiritual y lo sexual, lo encumbrado y lo vil.
Cuando hables de asuntos espirituales, entonces, deja que tus miradas y presencia
física insinúen sexualidad al mismo tiempo. Haz que la armonía del universo y la
unión con Dios parezcan confundirse con la armonía física y la unión entre dos
personas. Si puedes hacer que el final de tu seducción semeje una experiencia
espiritual, aumentarás el placer físico y crearás una seducción con un efecto hondo y
perdurable.
Símbolo. Las estrellas en el cielo. Objeto de adoración durante siglos, y símbolo de lo
sublime y divino. Al contemplarlas, nos distraemos momentáneamente de todo lo
mundano y mortal. Sentimos ligereza. Eleva la mente de tus objetivos a las estrellas y
no notarán lo que sucede aquí en la tierra.
REVERSO.
Hacer sentir a tus blancos que tu afecto no es temporal ni superficial los hará caer a
menudo más profundamente bajo tu hechizo. En algunos, eso puede provocar una
ansiedad: el temor al compromiso, a una relación claustrofóbica sin salidas. Nunca
permitas que tus señuelos espirituales parezcan conducir en esa dirección. Dirigir la
atención al futuro distante podría restringir implícitamente la libertad de tus objetivos;
debes seducirlos, no ofrecerles matrimonio. Lo que necesitas es que se pierdan en el
momento, experimentando la eterna profundidad de tus sentimientos en el tiempo
presente. El éxtasis religioso se asocia con la intensidad, no con la extensión temporal.
Giovanni Giacomo Casanova usaba muchos señuelos espirituales al seducir: el
ocultismo, todo lo que inspirara sentimientos honrosos. Mientras duraba su relación
con una mujer, ella sentía que él hacía todo por ella, que no la usaba sólo para
abandonarla al final. Pero también sabía que cuando fuera conveniente terminar la
aventura, él lloraría, le haría un magnífico regalo y se marcharía en silencio. Eso era
justo lo que muchas jóvenes deseaban: una distracción temporal del matrimonio, o de
su opresiva familia. A veces el placer es mejor cuando sabemos que es fugaz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario