domingo, 16 de octubre de 2011

2.- Crea una falsa sensación de seguridad: Acércate indirectamente.


Si al principio eres demasiado directo, corres él riesgo de causar una resistencia que nunca cederá. Al comenzar,
no debe haber nada seductor en tu actitud. La seducción ha de iniciarse desde un ángulo, indirectamente, para
que el objetivo se percate de ti en forma gradual. Ronda la periferia de la vida de tu blanco: aproxímate a través
de un tercero, o finge cultivar una relación en cierto modo neutral, pasando poco a poco de amigo a amante.
Trama un encuentro "casual", como si tu blanco y tú estuvieran destinados a conocerse; nada es más seductor
que una sensación de destino. Haz que él objetivo se sienta seguro, y luego ataca.
DE AMIGO A AMANTE.
Anne-Marie-Louise de Orleans, duquesa de Montpensier, conocida en la Francia del siglo XVll
como La Grande lAademoiseUe, no había conocido nunca el amor. Su madre había muerto
cuando ella era joven; su padre volvió a casarse y la ignoraba. La duquesa procedía de una de
las familias más ilustres de Europa: el rey Enrique IV había sido su abuelo; el futuro rey Luis
XIV era su primo. Cuando ella era joven, había habido propuestas de casamiento con el viudo
rey de España, el hijo del monarca del Sacro Imperio Romano, e incluso su propio primo Luis,
entre muchas otras. Pero todas esas bodas perseguían fines políticos, o la enorme riqueza de su
familia. Nadie se molestaba en cortejarla; incluso era raro que ella conociera a sus
pretendientes. Peor aún, la Grande Mademoiselle era una idealista que creía en los anticuados
valores de la caballería: valentía, honestidad, rectitud. Aborrecía a los intrigantes cuyos motivos
al cortejarla eran, en el mejor de los casos, sospechosos. ¿En quién podía confiar? Uno por uno,
hallaba una razón para rechazarlos. La soltería parecía ser su destino.
En abril de 1669, la Grande Mademoiselle, entonces de cuarenta y dos años de edad, conoció a
uno de los hombres más extraños de la porte: el marqués Antonin Péguilin, después conocido
como duque de Lauzun. Favorito de Luis XIV, el marqués, de treinta y seis años, era un soldado
valiente con un ingenio ácido. También era un incurable donjuán. Aunque bajo de estatura e
indudablemente poco agraciado, sus insolentes modales y hazañas militares lo volvían
irresistible para las mujeres. La Grande Mademoiselle había reparado en él años antes, y
admirado su elegancia y osadía. Pero apenas entonces, en 1669, tuvo una conversación auténtica
con él, si bien breve; y aunque conocía su fama de tenorio, le pareció encantador. Días más
tarde se encontraron de nuevo; esta vez la conversación fue más larga, y Lauzun resultó ser más
inteligente de lo que ella había imaginado: hablaron del dramaturgo Comedie (el preferido de la
duquesa), heroísmo y otros temas elevados. Luego, sus encuentros se volvieron más frecuentes.
Se habían hecho amigos. Anne-Marie escribió en su diario que sus conversaciones con Lauzun,
cuando ocurrían, eran el mejor momento de su día; cuando él no estaba en la corte, ella sentía su
ausencia. Sus encuentros eran demasiado frecuentes para ser casuales por parte de Lauzun, pero
él siempre parecía sorprendido de verla. Al mismo tiempo, ella dejó asentado que se sentía
intranquila: la acometían emociones extrañas, y no sabía por qué.
El tiempo pasó, y un buen día la Grande Mademoiselle debió marcharse de París una o dos
semanas. Lauzun la abordó entonces, sin previo aviso, y le rogó emocionado que lo considerara
su confidente, el gran amigo que ejecutaría cualquier encomienda en su ausencia. El se mostró
poético y caballeroso, pero ¿qué se proponía en realidad? En su diario, Anne-Marie enfrentó
finalmente las emociones que se agitaban en ella desde su primera conversación con él: "Me
dije: éstas no son meditaciones vagas; debe haber un objeto en todos estos sentimientos, y no
podía imaginar quién era. [...] Por fin, tras atormentarme durante varios días, me di cuenta de
que era M. de Lauzun a quien amaba, que era él quien de algún modo se había deslizado hasta
mi corazón y lo había atrapado".
Sabedora de la fuente de sus sentimientos, la Grande Mademoiselle se volvió más directa. Si
Lauzun iba a ser su confidente, ella podría hablarle del matrimonio, de las bodas que aún se le
ofrecían. Este tema podría darle a él la oportunidad de expresar sus sentimientos; tal vez hasta
se mostraría celoso. Desafortunadamente, Lauzun no pareció captar la indirecta. En cambio,
preguntó a la duquesa por qué, para comenzar, pensaba en casarse; parecía muy feliz tal como
estaba. Además, ¿quién podía ser digno de ella? Esto duró varias semanas. La duquesa no pudo
arrancarle nada personal. En cierto sentido, ella lo comprendió: estaban presentes las diferencias
de rango (ella era muy superior a él) y de edad (ella era seis años mayor). Meses después murió
la esposa del hermano del rey, y Luis sugirió a la Grande Mademoiselle que remplazara a su
difunta cuñada; es decir, que se casara con su hermano. Anne-Marie se indignó; era evidente que
el hermano del rey quería poner las manos sobre su fortuna. Pidió opinión a Lauzun. Como
leales servidores del rey, contestó él, debían obedecer el deseo real. Esta respuesta no agradó a
la duquesa y, para rematar, él dejó de visitarla, como si fuese impropio que siguieran siendo
amigos. Ésta fue la gota que derramó el vaso. La Grande Mademoiselle dijo al rey que no se
casaría con su hermano, y punto.
Anne Marie se reunió entonces con Lauzun, y le dijo que escribiría en una hoja el nombre del
caballero con quien siempre había querido casarse. El debía poner esa hoja bajo su almohada y
leerla a la mañana siguiente. Cuando lo hizo, se topó con las palabras C'est vous (Es usted). Al
ver a la Grande Mademoiselle la noche siguiente, Lauzun le dijo que debía estar bromeando:
sería el hazmerreír de la corte. Pero ella insistió en que hablaba en serio. El pareció conmocionado
y sorprendido, aunque no tanto como el resto de la corte cuando, semanas después,
se anunció el compromiso entre este donjuán de rango relativamente bajo y la dama del segundo
rango más alto de Francia, conocida lo mismo por su virtud que por su habilidad para
defenderla.
Interpretación. El duque de Lauzun es uno de los seductores más gran-; des de la historia, y su
lenta y sostenida seducción de la Grande Mademoiselle fue su obra maestra. Su método fue
simple: indirecto. Al percibir en esa primera conversación que ella se interesaba en él, decidió
cautivarla con su amistad. Sería su amigo más leal. Al principio esto resultó encantador: un
hombre se daba tiempo para hablar con ella, sobre poesía, historia, proezas de guerra —sus
temas favoritos. Poco a poco, ella empezó a confiar en él. Luego, casi sin que la duquesa se
diera cuenta, sus sentimientos cambiaron: ¿a ese consumado mujeriego sólo le interesaba la
amistad? ¿No le atraía ella como mujer? Estas ideas «hicieron reparar en que se había
enamorado de él. Esto fue en parte lo que después hizo que rechazara la boda con el hermano
del rey, una decisión hábil e indirectamente inducida por el propio Lauzun, al negar de visitarla.
Y, ¿cómo podía él buscar dinero y posición, o sexo, cuando jamás había dado paso alguno en
ese sentido? No, lo brillante í de la seducción de Lauzun fue que la Grande Mademoiselle creyó
ser ella quien daba todos los pasos.
Una vez que has elegido a la víctima correcta, debes llamar su atención y despertar su deseo.
Pasar de la amistad al amor puede surtir efecto sin delatar la maniobra. Primero, tus
conversaciones amistosas con tu objetivo te darán valiosa información sobre su carácter, gustos,
debilidades, los anhelos infantiles que rigen su comportamiento adulto. (Lauzun, por ejemplo,
pudo adaptarse inteligentemente a los gustos de Anne-Marie una vez que la estudió de cerca.)
Segundo, al pasar tiempo con tu blanco, puedes hacer que se sienta a gusto contigo. Creyendo
que sólo te interesan sus ideas, su compañía, moderará su resistencia, disipando la usual tensión
entre los sexos. Entonces será vulnerable, porque tu amistad con él habrá abierto la puerta
dorada a su cuerpo: su mente. Llegado ese punto, todo comentario casual, todo leve contacto
físico incitará una idea distinta, que lo tomará por sorpresa: quizá podría haber algo entre
ustedes. Una vez motivada esa sensación, tu objetivo se preguntará por qué no has dado el paso,
y tomará la iniciativa, disfrutando de la ilusión de que es él quien está al mando. No hay nada
más efectivo en la seducción que hacer creer seductor al seducido.
No me acerco a ella, sólo bordeo la periferia de su existencia [...] Ésta es la primera telaraña
en la que debe caer.
—Soren Kierkegaard.
CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.
Lo que buscas como seductor es la capacidad de dirigir a los demás adonde tú quieres. Pero este
juego es peligroso; en cuanto ellos sospechen que actúan bajo tu influencia, te guardarán rencor.
Somos criaturas que no soportan sentir que obedecen a una voluntad ajena. Si tus objetivos lo
descubrieran, tarde o temprano se volverán contra ti. Pero ¿y si pudieras lograr que hagan lo que
quieres sin darse cuenta? ¿Si creyeran estar al mando? Este es el poder del método indirecto, y
ningún seductor puede obrar su magia sin él.
El primer paso por dominar es simple: una vez que hayas elegido a la persona correcta, debes
hacer que el objetivo venga a ti. Si en las etapas iniciales logras hacerle creer que es él quien
realiza el primer acercamiento, has ganado el juego. No habrá rencor, contrarreacción perversa
ni paranoia.
Conseguir que tu objetivo venga a ti implica concederle espacio. Esto puede alcanzarse de
varias maneras. Puedes rondar la periferia de su existencia, para que te vea en diferentes lugares
sin que te acerques nunca a él. De esta forma llamarás su atención; y si él quiere atravesar el
puente, tendrá que llegar hasta ti. Puedes hacerte su amigo, como lo fue Lauzun de la Grande
Mademoiselle, y aproximarte cada vez más, aunque manteniendo siempre la distancia apropiada
entre amigos del sexo opuesto. También puedes jugar al gato y al ratón con él, primero
pareciendo interesado y retrocediendo después, para incitarlo activamente a que te siga a tu
telaraña. Hagas lo que hagas y cualquiera que sea el tipo de seducción que practiques, evita a
toda costa la tendencia natural a hostigar a tu blanco. No cometas el error de creer que perderá
interés a menos que lo presiones, o que un torrente de atención le agradará. Demasiada atención
prematura en realidad sólo sugerirá inseguridad, y causará dudas sobre tus motivos. Peor
todavía, no dará a tu objetivo margen para imaginar. Da un paso atrás; permite que las ideas que
suscitas lleguen a él como si fueran propias. Esto es doblemente importante si tratas con alguien
que ejerce un profundo efecto en ti.
En realidad, nunca podremos entender al sexo opuesto. Siempre será un misterio para nosotros,
y este misterio aporta la deliciosa tensión de la seducción, pero también es fuente de inquietud.
Freud se hizo la célebre pregunta de qué es lo que en verdad quieren las mujeres; aun para el
pensador más perspicaz de la psicología, el sexo opuesto era un territorio desconocido. Tanto en
los hombres como en las mujeres existen arraigadas sensaciones de temor y ansiedad en
relación con el sexo opuesto. En las etapas iniciales de la seducción, entonces, debes hallar la
manera de aplacar toda sensación de desconfianza que la otra persona pueda experimentar.
(Sentir temor y peligro puede agudizar más tarde la seducción; pero si provocas esas emociones
en las primeras etapas, lo más probable es que ahuyentes a tu víctima.) Establece una distancia
neutral, aparenta ser inofensivo, y te darás margen de maniobra. Casanova cultivó una leve
feminidad en su carácter —interés en la ropa, el teatro, los asuntos domésticos—, que las
jóvenes consideraban reconfortante. La cortesana del Renacimiento Tullia d'Aragona, quien
hizo amistad con los grandes pensadores y poetas de su época, hablaba de literatura y filosofía,
de todo menos del tocador (y de todo menos de dinero, que también era su meta). Johannes, el
narrador del Diario de un seductor, de S0ren Kier-kegaard, sigue a su objetivo, Cordelia, a la
distancia; cuando sus caninos se cruzan, es cortés, y aparentemente tímido. Cuando Cordelia
llega a conocerlo, no la asusta. De hecho, él es tan inofensivo que ella empieza a desear que lo
sea menos.
Duke Ellington, el gran jazzista y consumado seductor, deslumbraba inicialmente a las damas
con su buena apariencia, ropa elegante y carisma. Pero una vez a solas con una mujer, retrocedía
un poco y se volvía excesivamente cortés, ocupándose sólo de cosas insignificantes. La
conversación banal puede ser una táctica brillante: hipnotiza al objetivo. La monotonía de tu
fachada confiere mayor poder a la sugerencia más sutil, la más leve mirada. Si nunca hablas de
amor, volverás expresiva su ausencia: tu víctima se preguntará por qué no aludes jamás a tus
emociones; y al pensar en eso, llegará más lejos aún, e imaginará qué más ocurre en tu mente.
Ella será quien saque a colación el tema del amor o el afecto. La monotonía deliberada tiene
muchas aplicaciones. En psicoterapia, el médico responde con monosílabos para atraer al
paciente, haciéndolo relajarse y abrirse. En negociaciones internacionales, Henry Kissinger
abrumaba a los diplomáticos con detalles fastidiosos, y luego hacía audaces demandas. Al inicio
de la seducción, las palabras monocromas suelen ser más eficaces que las vividas: el objetivo se
desconecta, te mira a la cara, empieza a imaginar, fantasea y cae bajo tu hechizo.
Llegar a tus objetivos a través de otras personas es muy eficaz: in-fíltrate en su círculo y dejarás
de ser un extraño. Antes de dar un solo paso, el conde de Grammont, seductor del siglo xvii,
entablaba amistad con la recamarera, ayuda de cámara, un amigo e incluso un amante de su
blanco. De este modo podía reunir información, y buscar la manera de acercarse a él en forma
inofensiva. También podía sembrar ideas, diciendo cosas que era probable que el tercero
repitiera, Cosas que intrigarían a la dama, en particular si procedían de alguien a quien ella
conocía.
Ninon de L'Enclos, la cortesana y estratega de la seducción del siglo XVII, creía que disfrazar las
intenciones propias no sólo era necesario: aumentaba el placer del juego. Un hombre jamás
debía declarar sus sentimientos, pensaba ella, en particular al principio. Esto es irritante y
provoca desconfianza. "Lo que ella adivina persuade mucho más a una mujer de estar
enamorada que lo que oye", comentó una vez. Con frecuencia, la prisa de una persona en
declarar sus sentimientos resulta de un falso deseo de complacer, pensando que esto halagará a
la otra. Pero el deseo de complacer puede ofender y molestar. Los niños, los gatos y las coquetas
nos atraen por no intentarlo en apariencia, e incluso mostrarse indiferentes. Aprende a encubrir
tus sentimientos, y que la gente descubra por sí sola lo que pasa.
En todas las esferas de la vida, nunca des la impresión de que buscas algo; esto producirá una
resistencia que nunca someterás. Aprende a acercarte a la gente de lado. Apaga tus colores, pasa
inadvertido, finge ser inocuo y tendrás más margen de maniobra. Lo mismo sucede en política,
donde la ambición manifiesta suele asustar a la gente. A primera vista, Vladimir Ilich Lenin
parecía un ruso común: vestía como obrero, hablaba con acento campesino, no se daba aires de
grandeza. Esto hacía sentir a gusto a la gente, e identificarse con él. Pero bajo ese aspecto
aparentemente insulso había por supuesto un hombre muy hábil, que no cesaba de maniobrar.
Cuando la gente se percató de esto, ya era demasiado tarde.
Símbolo. La telaraña. La araña busca un inocuo rincón donde tejer su tela. Cuanto más tarda,
más fabulosa es su construcción, pero pocos lo notan: sus tenues hilos son casi invisibles. La
araña no tiene que cazar para comer; ni siquiera moverse. Se posa en silencio en una esquina,
esperando a que sus víctimas lleguen solas y caigan en su red.
REVERSO.
En la guerra necesitas espacio para alinear tus tropas, margen de maniobra. Cuanto más espacio
tengas, más intrincada puede ser tu estrategia. Pero a veces es mejor arrollar al enemigo, no
darle tiempo de pensar o reaccionar. Aunque Casanova adaptaba sus estrategias a la mujer en
cuestión, a menudo trataba de causar una impresión inmediata, para incitar deseo desde el
primer encuentro. Actuaba con galantería y salvaba a una mujer en peligro; se vestía de cierto
modo para que su objetivo lo distinguiera entre la multitud. En cualquier caso, una vez que
conseguía la atención de una mujer, avanzaba con la velocidad del rayo. Una sirena como
Cleopatra intenta ejercer un efecto físico inmediato en los hombres, para no dar a sus víctimas
tiempo ni espacio para retirarse. Ella usa el factor sorpresa. El primer periodo de tu contacto con
alguien podría implicar un grado de deseo que nunca se repetirá; prevalecerá la audacia.
Sin embargo, estas seducciones son cortas. Las sirenas y los Casanovas sólo obtienen placer del
número de sus víctimas, pasando rápidamente de una conquista a otra, y esto puede resultar
fatigoso. Casanova acabó extenuado; las sirenas, insaciables, nunca están satisfechas. La
seducción indirecta, cuidadosamente ejecutada, puede reducir el número de tus conquistas, pero
te compensará con creces con su calidad.

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