lunes, 12 de septiembre de 2011

13.- Desarma con debilidad y vulnerabilidad estratégicas.

Demasiada manipulación de tu parte puede despertar sospechas. Lo mejor para cubrir tus
huellas es hacer que la otra persona se sienta superior y más fuerte. Si das la impresión de ser
débil, vulnerable, esclavo del otro e incapaz de controlarte, tus acciones parecerán más
naturales, menos calculadas. La debilidad física —lágrimas, vergüenza, palidez— contribuirá
a producir ese efecto. Para merecer más confianza, cambia honestidad por virtud: establece tu
"sinceridad" confesando algún pecado; no es necesario que sea real. La sinceridad es más
importante que la bondad. Hazte la víctima, y luego transforma en amor la compasión de tu
objetivo.
LA ESTRATEGIA DE LA VÍCTIMA.
En aquel sofocante agosto de la década de 1770 en que la regidora de Tourvel visitó el
chateau de su vieja amiga Madame de Rosemonde, habiendo dejado a su esposo en
casa, ella esperaba disfrutar de la paz y quietud de la vida rural más o menos sola. Pero
gustaba de los placeres sencillos, y pronto su vida cotidiana en el chateau adoptó una
cómoda pauta: misa diaria, paseos por el campo, obras de caridad en los pueblos
vecinos, juegos de cartas en la noche. Así pues, cuando el sobrino de Madame de
Rosemonde llegó a visitarla, la regidora sintió molestia, aunque también curiosidad.
El sobrino, el vizconde de Valmont, era el libertino más conocido de París. Era guapo,
sin duda, pero no como ella esperaba: parecía triste, algo abatido y, lo más extraño, casi
no le prestaba atención. La regidora no era una coqueta; vestía con sencillez, ignoraba
la moda y amaba a su esposo. Aun así, era joven y bonita, y solía rechazar las
atenciones de los hombres. En el fondo de su mente, le perturbó un tanto que él
reparara tan poco en ella. Un día, atisbo en misa a Valmont aparentemente absorto en
oraciones. Se le ocurrió que pasaba por un periodo de examen de conciencia.
Tan pronto como se supo que Valmont estaba en el chateau, la regidora había recibido
carta de una amiga en la que la prevenía contra ese hombre peligroso. Pero ella se creía
la última mujer en el mundo que pudiera ser vulnerable a él. Además, Valmont parecía
a punto de arrepentirse de su perverso pasado; quizá ella podría contribuir a moverlo
en esa dirección. ¡Qué maravillosa victoria para Dios sería ésa! Así, la regidora tomaba
nota de los ires y venires de Valmont, intentando comprender lo que ocurría en su
cabeza. Era extraño, por ejemplo, que a menudo saliera en la mañana a cazar, pero
nunca regresara con una presa. Un día, ella decidió hacer que su sirvienta hiciera un
poco de inofensivo espionaje, y le sorprendió y deleitó saber que Valmont no había ido
a cazar en absoluto: había visitado un pueblo local, donde había dado dinero a una
familia pobre a punto de ser echada de su casa. Sí, ella tenía razón: la apasionada alma
de él pasaba de la sensualidad a la virtud. ¡Qué feliz la hizo eso!
Esa noche, Valmont y la regidora se encontraron solos por primera vez, y Valmont
soltó de repente una confesión asombrosa. Estaba perdidamente enamorado de ella, y
con un amor que nunca antes había experimentado: su virtud, su bondad, su belleza,
sus amables maneras lo habían arrollado por completo. La generosidad de él con los
pobres esa tarde había sido por ella; quizá inspirada por ella, tal vez algo más siniestro:
para impresionarla. Él jamás habría confesado esto, pero viéndose solo con ella, no
podía controlar sus emociones. Luego se puso de rodillas y le rogó que lo ayudara, que
lo guiara en su desgracia.
Tomada por sorpresa, la regidora empezó a llorar. Sumamente trastornada, salió
corriendo del recinto, y los días siguientes fingió estar enferma. No sabía cómo
reaccionar a las cartas que Valmont comenzó a mandarle entonces, rogándole que lo
perdonara. Elogiaba su bello rostro y hermosa alma, y aseguraba que ella le había
hecho reconsiderar su vida entera. Estas emotivas cartas producían emociones
inquietantes, y Tourvel se enorgullecía de su serenidad y prudencia. Sabía que debía
insistir en que él dejara el chateau, y le escribió para tal efecto; él aceptó, reacio, aunque
con una condición: que le permitiera escribirle desde París. Ella consintió, mientras las
cartas no fueran ofensivas. Cuando le dijo a Madame de Rosemonde que se marchaba,
la regidora sintió remordimiento: su anfitriona y tía lo extrañaría, y él lucía tan pálido...
Era obvio que sufría.
Las cartas de Valmont empezaron a llegar, y Tourvel lamentó pronto haberle permitido
esa libertad. El ignoró su solicitud de que evitara el tema del amor; en realidad,
Valmont le juró amor eterno. La reprendió por su frialdad e insensibilidad. Le explicó
la mala senda que había seguido en la vida: no era culpa suya, no había tenido
dirección, otros lo habían extraviado. Sin su ayuda, recaería en ese mundo. "No sea
cruel", le dijo; "fue usted quien me sedujo. Soy su esclavo, la víctima de sus encantos y
bondad; como usted es fuerte, y no siente igual que yo, no tiene nada que perder". Y,
en efecto, la regidora de Tourvel terminó por apiadarse de Valmont; parecía tan débil,
tan fuera de control. ¿Cómo podía ayudarlo? ¿Y por qué pensaba siquiera en él, cada
vez más? Era una mujer felizmente casada. No, al menos debía poner fin a esa tediosa
correspondencia. No más palabras de amor, escribió, o no contestaría. Valmont dejó de
escribirle. Ella se sintió aliviada. Por fin un poco de paz y tranquilidad.
Sin embargo, una noche estaba sentada en el comedor cuando de pronto oyó atrás la
voz de Valmont, dirigiéndose a Madame de Rosemonde. Sin pensarlo, dijo él, había
decidido regresar para hacer una breve visita. Ella sintió que un escalofrío subía y
bajaba por su espalda, y se ruborizó; él se aproximó y se sentó a su lado. La miró, ella
desvió la vista y se excusó pronto, para dejar la mesa y subir a su habitación. Pero no
pudo evitarlo del todo en los días siguientes, y vio que lucía más pálido que antes. Él
era cortés, y ella podía pasar un día entero sin que lo viera, pero esas breves ausencias
tenían un efecto paradójico; Tourvel comprendió entonces lo que había sucedido. Lo
extrañaba, quería verlo. Este dechado de virtudes y bondad se había enamorado de
alguna manera de un libertino incorregible. Furiosa consigo misma y con lo que había
permitido que ocurriese, salió del chateau a media noche, sin avisar a nadie, y se
dirigió a París, donde planeaba arrepentirse de algún modo de ese pecado abominable.
Interpretación. El personaje de Valmont en Las amistades peligrosas, novela epistolar
de Choderlos de Lacios, se basa en algunos de los mayores libertinos reales de la
Francia del siglo XVIII. Todo lo que Valmont hace está calculado para llamar la
atención: las acciones ambiguas que despiertan la curiosidad de Tourvel por él, el acto
de caridad en el pueblo (él sabe que se le sigue), la nueva visita al chateau, la palidez
de su rostro (sostiene un romance con una muchacha en el chateau, y su jaleo de toda
la noche le da una apariencia de decaimiento). Pero lo más devastador es que se sitúe
como el débil, el seducido, la víctima. ¿Cómo puede imaginar la regidora que él la
manipula cuanto todo sugiere que simplemente está abrumado por su belleza, física o
espiritual? No puede ser un impostor cuando repetidamente se empeña en confesar la
"verdad" sobre sí mismo: admite que su caridad tuvo motivos cuestionables, explica
por qué se ha descarriado, confía a ella sus emociones. (Toda esta "honestidad" es
calculada, por supuesto.) En esencia, él es como una mujer, o al menos como una mujer
de esa época: emotivo, incapaz de controlarse, temperamental, inseguro. Ella es la fría
y cruel, como un hombre. Al situarse como víctima de Tourvel, Valmont no sólo puede
encubrir sus manipulaciones, sino también incitar piedad y preocupación. Haciéndose
la víctima, puede despertar la misma ternura producida por un niño enfermo o un
animal herido. Y estas emociones son fáciles de encauzar hacia el amor, como, para su
consternación, descubre la regidora.
La seducción es un juego consistente en reducir la desconfianza y la resistencia. La
forma más hábil de hacer esto es lograr que la otra persona se sienta más fuerte, más al
control de las cosas. La desconfianza suele proceder de la inseguridad; si tus objetivos
se sienten superiores y seguros en tu presencia, es improbable que duden de tus
motivos. Eres demasiado débil, demasiado emocional, para tramar algo. Sigue este
juego mientras dure. Haz alarde de tus emociones y de lo mucho que te afectan. Hacer
sentir a la gente el poder que tiene sobre ti es muy halagador para ella. Confiesa algo
malo, o incluso algo malo que le hayas hecho a ella, o contemplado hacerle. La
honestidad es más importante que la virtud, y un gesto honesto le impedirá ver
innumerables actos engañosos. Da la impresión de debilidad: física, mental, emocional.
La fuerza y seguridad pueden ser alarmantes. Haz de tu debilidad un consuelo, y pasa
por víctima: del poder de la gente sobre ti, de las circunstancias, de la vida en general.
Ésta es la mejor manera de no dejar rastros.
Un hombre no vale un cacahuate si no puede llorar en el momento indicado.
—Lyndon Baines Johnson.
CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.
Todos tenemos debilidades, vulnerabilidades, flaquezas de carácter. Quizá somos
tímidos o demasiado susceptibles, o necesitamos atención; cualquiera que sea nuestra
debilidad, es algo que no podemos controlar. Podemos intentar compensarla, o
esconderla, pero esto es con frecuencia un error: la gente percibe algo falso o forzado.
Recuerda: lo natural en tu carácter es inherentemente seductor. La vulnerabilidad de
una persona, lo que parece que es incapaz de controlar, suele ser lo más seductor en
ella. Las personas que no muestran debilidades, por otro lado, a menudo causan
envidia, temor y enojo: queremos sabotearlas, sólo para hacerlas caer.
No luches contra tus vulnerabilidades, ni trates de reprimirlas, sino ponías en juego.
Aprende a transformarlas en poder. Este juego es sutil; si te deleitas en tu debilidad, si
cargas la mano, se te juzgará ansioso de compasión o, peor aún, patético. No, lo mejor
es permitir que la gente tenga un destello ocasional del lado débil y frágil de tu
carácter, por lo general cuando ya tiene un tiempo de conocerte. Ese destello te
humanizará, lo que reducirá la desconfianza de los otros y preparará el terreno para un
vínculo más firme. Normalmente fuerte y al mando, suéltate a ratos, cede a tus
debilidades, déjalas ver.
Valmont usó su debilidad de esa manera. Había perdido su inocencia tiempo atrás,
pero, en algún lugar de su interior, lo lamentaba. Era vulnerable a alguien
verdaderamente inocente. Su seducción de la regidora fue exitosa porque no era por
completo una actuación; había una debilidad genuina de su parte, que incluso le
permitía llorar a veces. Dejó ver a la regidora este lado suyo en momentos clave, para
desarmarla. Como Valmont, puedes actuar y ser sincero al mismo tiempo.
Supongamos que realmente eres tímido; en ciertos momentos, da mayor peso a tu
timidez, exagérala. Debería serte fácil adornar un rasgo que ya posees.
Luego de que Lord Byron publicó su primer gran poema, en 1812, se volvió célebre al
instante. Además de ser un escritor talentoso, era apuesto, incluso bello, y tan
perturbador y enigmático como los personajes de los que escribía. Las mujeres
enloquecían por él. Tenía una infausta "mirada de soslayo": inclinaba levemente la
cabeza y dirigía la vista a una mujer, haciéndola temblar. Pero también tenía otros
rasgos; era imposible que quienes lo conocían no notaran sus movimientos inquietos,
su ropa desajustada, su extraña timidez y su notable cojera. Este hombre infame, que
despreciaba todas las convenciones y parecía tan peligroso, era personalmente
inseguro y vulnerable.
En el poema de Byron Don Juan, el protagonista es menos un seductor de mujeres que
un hombre constantemente perseguido por ellas. Era un poema autobiográfico; las
mujeres querían hacerse cargo de ese hombre un tanto frágil, que parecía tener poco
control sobre sus emociones. Más de un siglo después, John F. Kennedy se obsesionó
de joven con Byron, el hombre al que más quería emular. Incluso trató de apropiarse
de su "mirada de soslayo". Kennedy era un joven endeble, con constantes problemas de
salud. También era en cierto modo bonito, y sus amigos veían algo femenino en él. Sus
debilidades
:—físicas y mentales, porque era asimismo inseguro, tímido y demasiado susceptible—
eran justo lo que atraía a las mujeres. Si Byron y Kennedy hubieran tratado de esconder
sus vulnerabilidades bajo una arrogancia masculina, no habrían poseído ningún
encanto seductor. En cambio, aprendieron a exhibir sutilmente sus debilidades,
dejando que las mujeres percibieran su lado frágil.
Hay temores e inseguridades peculiares de cada sexo: tu uso de la debilidad estratégica
siempre debe tomar en cuenta esas diferencias. Una mujer, por ejemplo, podría sentirse
atraída por la fuerza y seguridad de un hombre, pero, asimismo, un exceso de ello
podría causar temor, y parecer forzado, e incluso desagradable. Particularmente
[intimidante es la percepción de que un hombre es frío e insensible. Ella podría temer
que él sólo busque sexo, y nada más. Los seductores aprendieron hace mucho a ser más
femeninos: a mostrar sus emociones, y a parecer interesados en la vida de sus víctimas.
Los trovadores medievales fueron los primeros en dominar esta estrategia: escribían
poesía en honor a las mujeres, exaltaban interminablemente sus sentimientos y
pasaban horas en los tocadores de sus damas, escuchando las quejas de las mujeres y
empapándose de su espíritu. A cambio de su disposición a hacerse los débiles, los
trovadores obtenían el derecho de amar.
Poco ha cambiado desde entonces. Algunos de los mayores seductores de la historia
reciente —Gabriele D'Annunzio, Duke Ellington, Errol Flynn— comprendieron el valor
de actuar servilmente con una mujer, como un trovador arrodillado. La clave es ceder a
tu lado débil mientras sigues siendo tan masculino como te sea posible. Esto podría
incluir una demostración ocasional de vergüenza, considerada por el filósofo S0ren
Kierkegaard una táctica extremadamente seductora para un hombre: da a la mujer una
sensación de confort, y aun de superioridad. Recuerda, sin embargo, ser moderado. Un
atisbo de timidez es suficiente; demasiada, y el objetivo se desesperará, temiendo tener
que hacer todo el trabajo.
Los temores e inseguridades de un hombre suelen concernir a su sentido de
masculinidad; por lo general se siente amenazado por una mujer demasiado
manipuladora, demasiado al mando. Las mayores seductoras de la historia sabían
cómo esconder sus manipulaciones haciéndose las niñas en necesidad de protección
masculina. Una famosa cortesana de la antigua China, Su Shou, solía maquillarse para
parecer particularmente débil y pálida. También caminaba en forma que la hiciera
parecer endeble. La gran cortesana del siglo XIX, Cora Pearl literalmente se vestía y
actuaba como niña. Marilyn Monroe sabía cómo dar la impresión de que dependía de
la fuerza de un hombre para sobrevivir. En todos estos casos, las mujeres eran las que
controlaban la dinámica, estimulando el sentido de masculinidad de un hombre a fin
de esclavizarlo en última instancia. Para volver esto más eficaz, una mujer debía
parecer tanto en necesidad de protección como sexual-mente excitable, concediendo así
al hombre su mayor fantasía.
La emperatriz Josefina, esposa de Napoleón Bonaparte, obtuvo pronto el dominio
sobre su esposo por medio de una coquetería calculada. Después se aferró a ese poder
mediante su constante —y no tan inocente— uso de lágrimas. Ver llorar a alguien suele
tener un efecto inmediato en nuestras emociones: no podemos permanecer neutrales.
Sentimos compasión, y muy a menudo haremos cualquier cosa por detener las
lágrimas, incluidas cosas que normalmente no haríamos. Llorar es una táctica
increíblemente eficaz, pero quien llora no siempre es tan inocente. Por lo común hay
algo real detrás de las lágrimas, pero también puede haber un elemento de actuación,
de fingir para impresionar. (Y si el objetivo percibe esto, la táctica está condenada al
fracaso.) Más allá del impacto emocional de las lágrimas, hay algo seductor en la
tristeza. Queremos consolar a la otra persona y, como descubrió Tourvel, ese deseo se
convierte pronto en amor. Afectar tristeza, aun llorar a veces, posee enorme valor
estratégico, incluso en un hombre. Ésta es una habilidad que puedes aprender. El
protagonista de Marianne, novela francesa del siglo XVIII, de Ma-rivaux, recordaba
algo triste de su pasado para poder llorar y parecer triste en el presente.
Usa las lágrimas módicamente, y guárdalas para el momento indicado. Quizá éste
podría ser un momento en que tu blanco parece desconfiar de tus motivos, o en que te
preocupa no ejercer ningún efecto en él. Las lágrimas son un barómetro seguro de lo
enamorada que la otra persona está de ti. Si parece enfadada, o se resiste a morder el
anzuelo, es probable que tu caso sea irremediable.
En situaciones sociales y políticas, parecer demasiado ambicioso, o demasiado
controlado, hará que la gente te tema; es crucial que muestres tu lado débil. Exhibir
una debilidad ocultará múltiples manipulaciones. La emoción, e incluso las lágrimas,
también funcionarán aquí. Lo más seductor es hacerse la víctima. Para su primer
discurso en el parlamento, Benjamin Disraeli preparó una elaborada alocución, pero
cuando la pronunció la oposición gritó y rió tan fuerte que casi nada pudo oírse. El
siguió adelante y pronunció el discurso completo, pero cuando se sentó sintió que
había fracasado en forma lamentable. Para su sorpresa, sus colegas le dijeron que su
discurso había sido todo un éxito. Habría sido un fiasco si él se hubiera quejado y
rendido; pero al continuar como lo hizo, quedó como la víctima de una facción cruel y
poco razonable. Casi todos se compadecieron de él entonces, lo que le sería muy útil en
el futuro. Atacar a tus malévolos adversarios puede hacerte parecer violento también;
en cambio, aguanta sus golpes y hazte la víctima. La gente se pondrá de tu lado, en una
reacción emocional que sentará las bases para una grandiosa seducción política.
Símbolo. La imperfección. Una cara bonita es un deleite para la vista, pero si es
demasiado perfecta nos dejará fríos, y aun algo intimidados. Es el pequeño lunar, la
hermosa marca, lo que vuelve humano y adorable el rostro. Asi, no ocultes todas tus
imperfecciones. Las necesitas para suavizar tus rasgos e inducir ternura.
REVERSO.
El sentido de la oportunidad es todo en la seducción; busca siempre señales de que el
objetivo cae bajo tu hechizo. Una persona que se enamora tiende a ignorar las
debilidades de la otra, o a juzgarlas atractivas. Un persona no seducida, racional, por
otro lado, podría considerar patéticos la vergüenza y los arrebatos emocionales.
También hay ciertas debilidades que no tienen valor seductor, por enamorado que esté
el objetivo.
A la gran cortesana del siglo XVII Ninon de l'Enclos le gustaban los hombres con un
lado débil. Pero a veces un hombre llegaba demasiado lejos, quejándose de que ella no
lo amaba lo suficiente, era demasiado veleidosa e independiente, y él era maltratado y
agraviado. Para Ninon, esa conducta rompía el encanto, y ella terminaba pronto la
relación. Quejas, gimoteos, indigencia y petición de compasión no parecerán a tus
objetivos debilidades encantadoras, sino intentos de manipulación con una especie de
poder negativo. Así que cuando te hagas la víctima, hazlo sutilmente, sin excesos. Las
únicas debilidades que vale la pena exagerar son las que te volverán adorable. Todas
las demás deben reprimirse y erradicarse a como dé lugar.
14.- Mezcla deseo y realidad: La ilusión perfecta.
Para compensar las dificultades de la vida, la gente pasa mucho tiempo ensoñando, imaginando un futuro
repleto de aventura, éxito y romance. Si puedes crear la ilusión de que, gracias a ti, ella puede cumplir sus
sueños, la tendrás a tu merced. Es importante empezar despacio, ganando su confianza, y forjar
gradualmente la fantasía acorde a sus anhelos. Apunta a los secretos deseos frustrados o reprimidos, para
provocar emociones incontrolables y ofuscar su razón. La ilusión perfecta es la que no se aparta mucho de
la realidad, sino que posee apenas un toque de irrealidad, como al soñar despierto. Lleva al seducido a un
punto de confusión en que ya no pueda distinguir entre ilusión y realidad.
FANTASÍA DE CARNE Y HUESO.
En 1964, un francés de veinte años llamado Bernard Bouriscout llegó a Pekín, China,
para trabajar como contador en la embajada de Francia. Sus primeras semanas ahí no
fueron lo que esperaba. Bouriscout había crecido en la provincia francesa, soñando con
viajes y aventuras. Cuando se le destinó a China, imágenes de la Ciudad Prohibida, y
de los garitos de Macao, danzaron en su mente. Pero ésta era la China : comunista, y el
contacto entre occidentales y chinos era casi imposible en esa época. Bouriscout tenía
que socializar con los demás europeos destacados en la ciudad, y eran por demás
aburridos y exclusivistas. Estaba solo, lamentaba haber aceptado el puesto y empezó a
hacer planes para marcharse.
Entonces, en una fiesta de navidad ese año, un joven chino en un rincón atrajo su
mirada. Nunca había visto un solo chino en esas reuniones. El hombre era enigmático:
esbelto y de baja estatura, un poco reservado, tenía una presencia atractiva. Bouriscout
se acercó y se presentó. Aquel individuo, Shi Pei Pu, resultó ser autor de libretos para
la ópera china, así como maestro de chino de miembros de la embajada francesa. De
veintiséis años, hablaba un francés perfecto. Todo en él fascinó a Bouriscout: su voz era
como música, suave y susurrante, y lo dejaba a uno queriendo saber más sobre él.
Aunque usualmente tímido, Bouriscout insistió en intercambiar números telefónicos.
Quizá Pei Pu sería su tutor chino.
Se vieron días después en un restaurante. Bouriscout era el único ¡occidental ahí: al fin
una probadita de algo real y exótico. Resultó que Pei Pu había sido un actor famoso de
óperas chinas y que procedía de una familia relacionada con la antigua dinastía
gobernante. Para entonces escribía óperas sobre obreros, aunque dijo esto con una
mirada de ironía. Empezaron a reunirse con regularidad, y Pei Pu enseñó a Bouriscout
los lugares de interés de Pekín. A Bouriscout le gustaban sus historias; Pei Pu hablaba
despacio, y cada detalle histórico parecía cobrar vida mientras platicaba, moviendo las
manos para adornar sus palabras. "Ahí", decía él, por ejemplo, "es donde se colgó el
último emperador Ming", señalando el lugar y contando la historia al mismo tiempo. O
bien: "El cocinero del restaurante donde acabamos de comer trabajó en el palacio del
último emperador", y seguía otro magnífico relato. Pei Pu hablaba asimismo de la vida
en la Opera de Pekín, donde era frecuente que hombres interpretaran los papeles
femeninos, lo que en ocasiones los volvía famosos.
Se hicieron amigos. El contacto chino con extranjeros era restringido, pero ellos se las
arreglaban para hallar maneras de reunirse. Una noche Bouriscout acompañó a Pei Pu
a la casa de un funcionario francés para dar clases a sus hijos. Lo escuchó contarles "La
historia de la mariposa", un relato de la ópera china: una joven ansia asistir a una
escuela imperial, pero en ella no se aceptan mujeres. Se disfraza de hombre, aprueba
los exámenes y entra a la escuela. Un compañero se enamora de ella, y la joven se
siente atraída por él, así que le confiesa que es mujer. Como casi todas las historias de
este tipo, ésta termina trágicamente. Pei Pu la contó con inusual emoción; de hecho, en
la ópera había interpretado el papel de la chica.
Noches después, mientras paseaban ante las puertas de la Ciudad Prohibida, Pei Pu
volvió a "La historia de la mariposa": "Mira mis manos", le dijo. "Mira mi cara. La
historia de la mariposa es también mi historia." Con su lenta y dramática enunciación,
le explicó que los dos primeros descendientes de su madre habían sido niñas. Los hijos
eran mucho más importantes en China; si el tercer descendiente era niña, el padre
tendría que tomar una segunda esposa. Llegó el tercer descendiente: otra mujer. Pero la
madre temió revelar la verdad, y llegó a un acuerdo con la partera: dirían que era niño,
y se le educaría como tal. Ese tercer descendiente era Pei Pu.
Al paso de los años, Pei Pu había tenido que desvivirse para ocultar su sexo. Nunca
entraba a baños públicos, se depilaba la frente para que pareciera que se quedaba
calva, y así. Bouriscout quedó embelesado por esa historia, y también aliviado, porque,
como el chico del cuento de la mariposa, en el fondo se sentía atraído por Pei Pu.
Entonces todo cobró sentido; las manos pequeñas, la voz aguda, el cuello delicado. Se
había enamorado de ella y, al parecer, sus sentimientos eran correspondidos.
Pei Pu comenzó a visitar el departamento de Bouriscout, y pronto ya dormían juntos.
Ella siguió vistiendo como hombre, aun en el departamento de él, pero las mujeres en
China usaban ropa de hombre de todos modos, y Pei Pu actuaba más como mujer que
cualquier china que Bouriscout hubiera visto. En la cama, ella tenía una timidez y una
manera de dirigirle las manos que eran tanto excitantes como femeninas. Todo lo
volvía romántico e intenso. Cuando él no estaba con ella, cada una de las palabras y
gestos de Pei Pu resonaban en su mente. Lo que volvía aún más emocionante la
aventura era el hecho de que debieran mantenerla en secreto.
En diciembre de 1965 Bouriscout dejó Pekín y regresó a París. Viajó, tuvo otras
aventuras, pero sus pensamientos no cesaban de volver a Pei Pu. En China estalló la
Revolución Cultural, y él perdió contacto con ella. Antes de partir, ella le había dicho
que estaba embarazada. El ignoraba si el niño había nacido ya. Su obsesión por ella
aumentó, y, en 1969, Bouriscout se las arregló para conseguir otro puesto
gubernamental en Pekín.
El contacto con extranjeros se desalentaba entonces más que en su primera visita, pero
él logró localizar a Pei Pu. Ella le dijo que había dado a luz un hijo, en 1966, pero que
como se parecía a él, y dado el creciente odio a los extranjeros en China y la necesidad
de ella de mantener el secreto de su sexo, había tenido que enviarlo a una aislada
región cerca de Rusia. Hacía mucho frío allá; tal vez su hijo había muerto. Le mostró a
Bouriscout fotografías del niño, y él notó, en efecto, cierto parecido. Las semanas
siguientes se las ingeniaron para verse aquí y allá, y entonces Bouriscout tuvo una idea:
simpatizaba con la Revolución Cultural, y quería sortear las prohibiciones que le
l impedían ver a Pei Pu, así que se ofreció como espía. El ofrecimiento fue transmitido a
la persona indicada, y pronto Bouriscout robaba documentos para los comunistas. El
hijo, cuyo nombre era Bertrand, fue llamado a Pekín, y Bouriscout al fin lo conoció.
Una triple aventura
colmaba así la vida de Bouriscout: la tentadora Peí Pu, la emoción de ser espía y el hijo
ilícito, al que quería llevar a Francia.
En 1972, Bouriscout se fue de Pekín. Los años siguientes intentó repetidamente llevar a
Pei Pu y su hijo a Francia, y una década más tarde por fin tuvo éxito: los tres formaron
una familia. En 1983, sin embargo, las autoridades francesas sospecharon de esa
relación entre un funcionario del Ministerio del Exterior y un chino, y tras investigar
un poco descubrieron la labor de espionaje de Bouriscout. Este fue arrestado, y pronto
hizo una confesión asombrosa: el hombre con quien vivía en realidad era mujer.
Confundidos, los franceses ordenaron que se examinara a Pei Pu; como suponían, él
era un hombre cabal. Bouriscout fue a la cárcel.
Aun después de oír la confesión de su ex-amante, Bouriscout seguía convencido de que
Pei Pu era mujer. Su cuerpo suave, su relación íntima: ¿cómo podía estar equivocado?
Sólo cuando Pei Pu, encarcelado en la misma prisión, le mostró la incontrovertible
prueba de su sexo, Bouriscout lo aceptó por fin.
Interpretación. En cuanto Pei Pu conoció a Bouriscout, reparó en que había encontrado
a la víctima perfecta. Bouriscout estaba solo, aburrido, desesperado. La forma en que
reaccionó ante Pei Pu sugería que probablemente también era homosexual, o quizá
bisexual; o al menos, que estaba confundido. (De hecho, Bouriscout había tenido
encuentros homosexuales de chico; sintiéndose culpable, había intentado reprimir ese
lado de sí mismo.) Pei Pu había hecho antes papeles femeninos, y era muy bueno en
eso: esbelto y afeminado, físicamente aquello no era una exageración. Pero ¿quién
habría creído su historia, o al menos no se habría mostrado escéptico ante ella?
El componente crítico de la seducción de Bouriscout por Pei Pu, en la que éste dio vida
a la fantasía de aventura del francés, fue empezar poco a poco y establecer una idea en
la mente de su víctima. En su perfecto francés (lleno sin embargo de interesantes
expresiones chinas), acostumbró a Bouriscout a oír historias y relatos, algunos
verídicos, otros no, pero todos enunciados en su tono dramático pero verosímil. Luego
sembró la idea de transformación de género con su "Historia de la mariposa". Para
cuando confesó la "verdad" sobre su género, ya había encantado por completo a
Bouriscout.
Este último se previno contra toda sospecha porque quería creer en la historia de Pei
Pu. Todo lo demás fue fácil. Pei Pu fingió sus periodos; no hizo falta mucho dinero
para conseguir un niño que él pudiera hacer pasar razonablemente por hijo de ambos.
Más aún, llevó al extremo la ejecución de su papel de fantasía, pues no dejó de ser
escurridizo y misterioso (como un occidental habría esperado de una mujer asiática)
mientras envolvía su pasado, y en realidad toda la experiencia de ambos, en historias
excitantes. Como explicó después Bouriscout: "Pei Pu me lavó el cerebro. [...] Yo tenía
relaciones, y en mis ideas, mis sueños, estaba a años luz de la verdad".
Bouriscout pensaba que tenía una aventura exótica, lo cual era para él una fantasía
perdurable. Menos conscientemente, disponía de una salida para su homosexualidad
reprimida. Pei Pu encarnó su fantasía, le dio cuerpo, actuando primero sobre su mente.
La mente posee dos tendencias: quiere creer lo que es agradable creer, pero por
autoprotección tiene la necesidad de desconfiar. Si empiezas siendo demasiado teatral,
haciendo un gran esfuerzo por crear una fantasía, alimentarás ese lado desconfiado de
la mente; y una vez nutrido éste, las dudas no desaparecerán. En cambio, debes
comenzar poco a poco, despertando confianza, quizá dejando ver a la gente un ligero
toque de algo extraño o excitante en ti para avivar su interés. Entonces podrás armar tu
historia, como cualquier obra de acción. Has sentado una base de confianza; así, las
fantasías y sueños en que envuelves a los demás son súbitamente creíbles.
Recuerda: las personas quieren creer en lo extraordinario; con unos cuantos cimientos,
cierto preludio mental, se enamorarán de tu ilusión. Exagera en todo caso el lado de la
realidad: usa utilería verdadera (como el hijo que Pei Pu mostró a Bouriscout), y añade
los toques fantásticos con tus palabras, o con un gesto ocasional que te confiera una
leve irrealidad. Una vez que sientas atrapada a la gente, podrás intensificar tu hechizo,
llegar cada vez más lejos en la fantasía. En ese momento, ella habrá llegado tan lejos en
su propia mente que ya no tendrás que molestarte por la verosimilitud.
CUMPLIMIENTO DEL DESEO.
En 1762, Catalina, esposa del zar Pedro III, dio un golpe contra su incapaz esposo y se
proclamó emperatriz de Rusia. Los años siguientes gobernó sola, pero tuvo una serie
de amantes. Los rusos los llaman vremienchíki, "los hombres del momento", y en 1774
el hombre del momento era Grigori Potemkin, teniente de treinta y cinco años de edad,
diez menos que Catalina, y el más insólito candidato a ese papel. Potemkin era tosco y
en absoluto apuesto (había perdido un ojo en un accidente). Pero sabía hacer reír a
Catalina, y la adoraba tanto que ella al fin sucumbió. Él se convirtió rápidamente en el
amor de su vida.
Catalina ascendió a Potemkin cada vez más en la jerarquía, hasta hacerlo gobernador
de la Rusia Blanca, inmensa área del suroeste que incluía a Ucrania. Como gobernador,
Potemkin tuvo que abandonar San Petersburgo e ir a vivir al sur. Sabía que Catalina no
podía estar sin compañía masculina, así que asumió la responsabilidad de nombrar a
su siguiente vremienchúá. Ella no sólo aprobó esa disposición, sino que dejó en claro
que Potemkin sería siempre su favorito.
El sueño de Catalina era emprender una guerra con Turquía, recuperar Constantinopla
para la iglesia ortodoxa y expulsar a los turcos de Europa. Ofreció compartir esta
cruzada con el joven emperador de los Habsburgo, José II, pero éste nunca se
convenció de firmar el tratado que los uniría en guerra. Impaciente, en 1783 Catalina se
anexó Crimea, península del sur poblada principalmente por tártaros musulmanes.
Pidió a Potemkin hacer ahí lo que ya había logrado en Ucrania: librar el área de
bandidos, construir caminos, modernizar los puertos, llevar prosperidad a los pobres.
Una vez arreglada, Crimea sería el perfecto puerto de lanzamiento de la guerra contra
Turquía.
Crimea era un atrasado páramo, pero a Potemkin le agradó el reto. Trabajando en un
centenar de proyectos diferentes, se embriagó con visiones de los milagros que haría
allá. Establecería una capital junto al río Dniéper, Ekaterinoslav (La gloria de Catalina),
que rivalizaría con San Petersburgo y alojaría una universidad que opacaría a
cualquiera de Europa. El campo albergaría interminables sembradíos de trigo, huertos
de raros frutos de Oriente, criaderos de gusanos de seda, nuevas ciudades con
mercados bulliciosos. En una visita a la emperatriz en 1785, Potemkin habló de esas
cosas como si ya existieran, así de vividas eran sus descripciones. La emperatriz se
mostró encantada, pero sus ministros fueron escépticos; Potemkin era dado a hablar.
Ignorando sus advertencias, en 1787 Catalina solicitó una gira por el área. Pidió a José
II que la acompañara; él quedaría tan impresionado con la modernización de Crimea
que firmaría de inmediato la guerra contra Turquía. Potemkin, naturalmente, debía
organizar toda la cuestión.
Así, en mayo de ese año, luego de que el Dniéper se descongeló, Catalina se preparó
para efectuar un viaje de Kiev, en Ucrania, a Sebastopol, en Crimea. Potemkin dispuso
que siete palacios flotantes transportaran por el río a Catalina y su séquito. El viaje
empezó, y al mirar las riberas a cada lado, Catalina, José y los cortesanos hallaban arcos
de triunfo ante ciudades de pulcro aspecto, recién pintadas sus paredes; ganado de
saludable apariencia paciendo en las pasturas; torrentes de tropas desfilando en los
caminos; edificios que se alzaban en todas partes. Al anochecer los entretuvieron
campesinos ataviados con brillantes prendas, y sonrientes muchachas con flores en el
cabello, que bailaban en la orilla. Catalina había recorrido el área muchos años atrás, y
la pobreza del campesinado le había entristecido; decidió entonces que cambiaría de
algún modo su suerte. Ver ante sus ojos las señales de esa transformación la sobrepasó,
y amonestó a los críticos de Potemkin: "¡Miren lo que ha hecho mi favorito, vean estos
milagros!".
De camino anclaron en tres ciudades, permaneciendo cada vez en un magnífico palacio
recién construido, con cascadas artificiales en jardines estilo inglés. En tierra
recorrieron poblados con bulliciosos mercados; los campesinos trabajaban
gustosamente, construyendo y reparando. En todas partes donde pasaron la noche,
algún espectáculo ocupó su vista: bailes, desfiles, retablos mitológicos, volcanes
artificiales que iluminaban jardines moriscos. Finalmente, al término del viaje, en el
palacio de Sebastopol, Catalina y José hablaron de la guerra con Turquía. José reiteró
sus preocupaciones. De pronto, Potemkin interrumpió: "Tengo cien mil soldados
esperando que les diga: '¡En marcha!'". En ese momento las ventanas del palacio se
abrieron de golpe, y al son del estruendo de cañones ellos miraron filas de soldados
hasta donde alcanzaba la vista, y una flota naval que ocupaba el puerto. Impactado por
la vista, y con imágenes de ciudades de Europa oriental recuperadas de los turcos
danzando en su cabeza, José II, finalmente, firmó el tratado. Catalina estaba extasiarla,
y su amor por Potemkin alcanzó nuevas alturas. El había hecho realidad sus sueños.
Catalina no sospechó nunca que casi todo lo que había visto era pura falsedad, quizá la
ilusión mis compleja jamás evocada por un hombre.
Interpretación. En sus cuatro años como gobernador de Crimea, Potemkin había hecho
poco, porque se necesitaban décadas para componer ese atrasado lugar junto ai mar.
Pero en los escasos meses previos a la visita de Catalina, hizo lo siguiente: cada edificio
frente al camino o la ribera recibió una nueva capa de pintura; se colocaron árboles
artificiales para ocultar de la vista puntos impropios; los techos rotos se repararon con
tablas ligeras pintadas de tal modo que parecieran tejas; todos a quienes la comitiva
vería recibieron la instrucción de vestir sus mejores ropas y parecer felices; los ancianos
y enfermos debían quedarse en casa. Flotando en sus palacios por el Dniéper, el séquito
imperial vio flamantes poblados, pero la mayoría de los edificios sólo eran fachadas.
Los hatos dé ganado se llevaron desde muy lejos, y se trasladaron de noche a campos
nuevos a lo largo de la ruta. A los campesinos bailarines se les adiestró en sus
espectáculos; luego, cada uno era cargado en carretas y apresuradamente transportado
a otro lugar río abajo, al igual que los soldados de los desfiles, quienes parecían estar
en todas partes. Los jardines de los nuevos palacios se llenaron con árboles
trasplantados que días después se secaron. Los palacios mismos fueron rápida y
deficientemente construidos, pero tan magníficamente amueblados que nadie se dio
cuenta. Una fortaleza en el camino se construyó con arena, y fue derribada poco
después por una tormenta.
El costo de esta vasta ilusión había sido enorme, y la guerra con Turquía sería un
fracaso, pero Potemkin había cumplido su meta. Para el observador, desde luego, a lo
largo de la ruta había señales de que nada era lo que parecía; pero cuando la
emperatriz insistió en que todo era real y glorioso, los cortesanos no pudieron menos
que estar de acuerdo. Esa fue la esencia de la seducción: Catalina deseaba tan-to que se
le considerara una gobernante benigna y progresista, la cual derrotaría a los turcos y
liberaría a Europa, que cuando vio señales de cambio en Crimea, su mente completó el
cuadro.
Cuando nuestras emociones se inmiscuyen, a menudo tenemos problemas para ver las
cosas tal como son. El amor puede nublar nuestra visión, haciéndonos colorear los
acontecimientos para que coincidan con nuestros deseos. A fin de hacer creer a la gente
en las ilusiones que crees, debes alimentar las emociones sobre las que tiene menos
control. Con frecuencia la mejor manera de hacer esto es determinar sus deseos
insatisfechos, sus anhelos que claman realización. Tal vez quisiera verse a sí misma
como noble o romántica, pero la vida se lo ha impedido. Quizá desea una aventura. Si
algo parece dar validez a esta aspiración, ella se emocionará y volverá irracional, al
punto casi de la alucinación.
Recuerda envolverla en tu ilusión poco a poco. Potemkin no empezó con espectáculos
grandiosos, sino con vistas simples a lo largo del camino, como el ganado que pastaba.
Luego llevó a la gente a tierra, intensificando el drama, hasta el climax calculado en
que las ventanas se abrieron de golpe para revelar un poderoso aparato bélico: en
realidad un escaso millar de hombres y barcos alineados de tal forma que sugerían
muchos más. Como Potemkin, lleva a tu objetivo a un viaje, físico o de otra especie. La
sensación de una aventura compartida es pródiga en asociaciones fantásticas. Hazle
sentir que ve y vive algo relacionado con sus más profundos anhelos, y verá poblados
prósperos y felices donde sólo hay fachadas.
Ahí comenzó el verdadero viaje por el país de las hadas de Potemkin. Era como un
sueño: la ensoñación de un mago que ha descubierto el secreto para materializar sus
visiones. [...] [Catalina] y sus acompañantes habían dejado atrás el mundo de la
realidad [...] Hablaban de Ifigeniay los dioses antiguos, y Catalina se sintió al mismo
tiempo Alejandro y Cleopatra.
—Gina KauS.
CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.
La realidad puede ser implacable: suceden cosas sobre las que tenemos poco control,
los demás ignoran nuestros sentimientos en afán de obtener lo que necesitan, el tiempo
se agota antes de que cumplamos lo que queremos. Si alguna vez nos detuviéramos a
examinar el presente y el futuro en forma totalmente objetiva, nos desesperaríamos.
Por fortuna, desarrollamos pronto el hábito de soñar. En este otro mundo mental que
habitamos, el futuro está lleno de posibilidades optimistas. Quizá mañana
convenceremos de esa brillante idea, o conoceremos a la persona que cambiará nuestra
vida. Nuestra cultura estimula estas fantasías con constantes imágenes e historias de
sucesos maravillosos y felices romances.
El problema es que esas imágenes y fantasías solo existen en nuestra mente, o en la
pantalla. Pero en verdad no son suficientes: ansiamos lo real, no esa ensoñación y
tentación interminables. Tu tarea como seductor es dar cuerpo a la vida fantástica de
alguien encarnando una figura de fantasía, o creando un escenario que se parezca a los
sueños de esa persona. Nadie puede resistirse a la fuerza de un deseo secreto que ha
cobrado vida ante sus ojos. Elige primeramente objetivos que tengan alguna represión
o sueño incumplido, siempre las más probables víctimas de la seducción. Lenta y
gradualmente, forja la ilusión de que ven y sienten y viven sus sueños. Una vez que
tengan esta sensación, perderán contacto con la realidad, y empezarán a ver tu fantasía
como algo más real que todo. Y en cuanto pierdan contacto con la realidad, serán (para
citar a Stendhal acerca de las víctimas de Lord Byron) como alondras asadas en tu
boca.
La mayoría de la gente tiene una idea falsa de la ilusión. Como cualquier mago sabe,
no es necesario fundarla en algo grandioso o teatral; lo grandioso y teatral en realidad
puede ser destructivo, al llamar mucho la atención sobre ti y tus ardides. Da en cambio
la impresión de normalidad. Una vez que tus objetivos se sientan seguros —nada está
fuera de lo común—, dispondrás de margen para engañarlos. Pei Pu no contó de
inmediato la mentira sobre su género; se tomó su tiempo, hizo que Bouriscout se
acercara a él. Cuando Bouriscout se prendó de su caso, Pei Pu siguió usando ropa de
hombre. Al animar una fantasía, el gran error es imaginar que debe ser desbordante.
Esto lindaría en lo camp, lo cual es entretenido pero raramente seductor. Por el
contrario, a lo que apuntas es a lo que Freud llamó lo "misterioso", algo extraño y
familiar al mismo tiempo, como un déjá va, o un recuerdo de infancia: cualquier cosa
levemente irracional y de ensueño. Lo misterioso, la mezcla de lo real y lo irreal, tiene
inmenso poder sobre nuestra imaginación. Las fantasías a las que das vida para tus
objetivos no deben ser estrafalarias ni excepcionales; deben enraizarse en la realidad,
con un dejo de extrañeza, de teatralidad, de ocultismo (hablar del destino, por
ejemplo). Recuerda vagamente a los demás algo de su infancia, o un personaje de una
película o un libro. Aun antes de que Bouriscout conociera la historia de Pei Pu, tuvo la
misteriosa sensación de algo notable y fantástico en ese hombre de apariencia normal.
El secreto para crear un efecto misterioso es ser sutil y sugerente.
Emma Hart tenia un pasado prosaico: su padre había sido herrero de pueblo en la
Inglaterra del siglo XVIII. Emma era hermosa, pero no i tenía ningún otro talento que
la avalara. Sin embargo, ascendió hasta convertirse en una de las mayores seductoras
de la historia, seduciendo primero a Sir William Hamilton, el embajador inglés en la
corte de Napóles, y luego (como Lady Hamilton, esposa de Sir William) al
vicealmirante Lord Nelson. Lo extraño al conocerla era la misteriosa sensación de que
ella era una figura del pasado, una mujer salida de la mitología griega o la historia
antigua. Sir William coleccionaba antigüedades griegas y romanas; para seducirlo,
Emma se asemejó hábilmente a una estatua griega, y a figuras míticas en los cuadros
de la época. No era sólo la manera en que se peinaba, o se vestía, sino sus poses, su
forma de conducirse. Era como si uno de los cuadros que Sir [William coleccionaba
hubiera cobrado vida. Pronto él empezó a dar \ fiestas en su casa de Napóles en las
que Emma se ponía disfraces y adoptaba poses, recreando imágenes de la mitología y
la historia. Docenas de hombres se enamoraron de ella, porque encarnaba una imagen
de su infancia, una imagen de belleza y perfección. La clave para esta creación de
fantasía era una asociación cultural compartida: mitología, seductoras históricas como
Cleopatra. Cada cultura posee una reserva de esas figuras del distante y no tan distante
pasado. Insinúas una semejanza, en espíritu y apariencia, pero eres de carne y hueso.
¿Qué podría ser más estremecedor que la sensación de estar en presencia de una figura
de fantasía llegada de tus más remotos recuerdos?
Una noche, Paulina Bonaparte, la hermana de Napoleón, ofreció una cena de gala en su
casa. En cierto momento, un apuesto oficial alemán se acercó a ella en el jardín y le
pidió ayuda para transmitir una solicitud al emperador. Paulina dijo que haría cuanto
pudiera y, con una mirada algo misteriosa, le pidió regresar a ese sitio la noche
siguiente. El oficial volvió, y fue recibido por una joven que lo con-dujo a unas
habitaciones cerca del jardín, y luego a un magnífico salón, con todo y un extravagante
baño. Momentos después entró otra joven por una puerta lateral, vestida con las más
finas prendas. Era Paulina. Sonaron campanas, se tiraron sogas, y aparecieron
doncellas, que prepararon el baño, dando al oficial una bata, y desaparecieron. El
oficial describió después la velada como salida de un cuento de hadas, y tuvo la
sensación de que Paulina había interpretado deliberadamente el papel de una
seductora mítica. Ella era lo bastante bella y poderosa para conseguir casi todo hombre
que quisiera, y no le interesaba llevarlo simplemente a la cama; quería envolverlo en
una aventura romántica, seducir su mente.' Parte de la aventura era la sensación de que
desempeñaba un papel, e invitaba a su objetivo a esa fantasía compartida.
Hacer teatro improvisado es sumamente placentero. Su atractivo se remonta a la
infancia, cuando conocemos la emoción de actuar diferentes papeles, imitando a los
adultos o a personajes de ficción. Cuando crecemos y la sociedad nos fija un papel, una
parte nuestra ansia la actitud juguetona que antes teníamos, las máscaras que
podíamos usar. Aún queremos practicar ese juego, cumplir un papel diferente en la
vida. Cede a este deseo de tus blancos, dejando primero en claro que representas un
papel, e invitándolos luego a acompañarte en una fantasía compartida. Entre más
hagas las cosas como si se tratara de una obra de teatro u obra de ficción, mejor. Mira
cómo Paulina inició la seducción con una misteriosa solicitud de que el oficial
reapareciera la noche siguiente; luego, una segunda mujer lo llevó a la serie mágica de
habitaciones. Paulina demoró su entrada, y cuando apareció, no mencionó el asunto
del oficial con Napoleón, ni nada remotamente banal. Ella tenía un aire etéreo; lo
invitaba a entrar a un cuento de hadas. La velada era real, pero tenía una misteriosa
semejanza con un sueño erótico.
Casanova llevaba el teatro aún más lejos. Viajaba con un enorme guardarropa y un
baúl lleno de objetos de utilería, muchos de ellos regalos para sus víctimas: abanicos,
joyas y otros accesorios. Y parte de lo que decía y hacía lo tomaba de novelas que había
leído e historias que escuchaba. Envolvía a las mujeres en una atmósfera romántica,
exagerada pero muy real para sus sentidos. Como Casanova, ve el mundo como una
suerte de teatro. Inyecta cierta ligereza a los papeles que ejecutas; intenta crear una
sensación de drama e ilusión; confunde a la gente con la leve irrealidad de palabras y
gestos inspirados por la ficción; en la vida diaria, sé un actor consumado. Nuestra
cultura los venera por su libertad para interpretar papeles. Esto es algo que todos
envidiamos.
Durante años, el cardenal de Rohan había temido haber ofendido de algún modo a su
reina, María Antonieta. Ella apenas si lo miraba. En 1784, la condesa de Lamotte-Valois
le sugirió que la reina estaba dispuesta no sólo a cambiar esa situación, sino en verdad
a ser su amiga. La reina, dijo Lamotte-Valois, se lo indicaría en su siguiente recepción
formal, asintiendo con la cabeza en su dirección en una forma particular.
Durante la recepción, Rohan notó en efecto un ligero cambio en la conducta de la reina
hacia él, y una mirada apenas perceptible a su persona. Esto le causó gran alegría. La
condesa sugirió entonces el intercambio de cartas, y Rohan pasó días escribiendo y
rescribiendo su primera carta a la reina. Para su deleite, recibió respuesta. Luego la
reina solicitó una entrevista privada con él, en los jardines de Versalles. Rohan no cabía
en sí de dicha y ansiedad. Al anochecer se reunió con la reina en los jardines, se echó al
suelo y besó la orla de su vestido. "Usted puede esperar que se olvide el pasado", le
dijo ella. En ese momento oyeron voces que se acercaban, y la reina, temerosa de que
alguien los viera juntos, huyó a toda prisa con sus sirvientes. Pero Rohan recibió
pronto una solicitud suya, nuevamente a través de la condesa: ansiaba adquirir el más
hermoso collar de diamantes jamas creado. Necesitaba un intermediario que lo
comprara por ella, pues el rey lo juzgaba demasiado costoso. Había elegido a Rohan
para la tarea. El cardenal se mostró más que dispuesto; realizando esta función
demostraría su lealtad, y la reina estaría en deuda con él para siempre. Rohan adquirió
el collar, la condesa había de entregarlo a la reina. Rohan esperó entonces a que la
soberana se lo agradeciera, y le pagara poco a poco.
Pero esto nunca sucedió. En realidad la condesa era una gran estafadora: la reina jamás
señaló nada a Rohan, él sólo lo había imaginado. Las cartas que había recibido de ella
eran falsificaciones, ni siquiera muy buenas. La mujer a la que había visto en el parque
era una prostituta, pagada para disfrazarse y actuar. El collar era real, por supuesto;
pero una vez que Rohan lo pagó, y lo entregó a la condesa, desapareció. Se le dividió
en partes, que se ofrecieron en toda Europa a montos muy elevados. Y cuando Rohan
se quejó finalmente con la reina, la noticia de la extravagante compra se difundió
rápidamente. El pueblo creyó la historia de Rohan: que la reina había comprado el
collar, y fingía otra cosa. Esta ficción fue el primer paso en la ruina de la reputación de
la monarca.
Todos hemos perdido algo en la vida, sentido la punzada de la desilusión. La idea de
que podemos recuperar algo, de que un error puede corregirse, es inmensamente
seductora. Bajo la impresión de que la reina estaba dispuesta a perdonar algún error
que él hubiera cometido, Rohan alucinó todo tipo de cosas: señales que no existían,
cartas que eran las más burdas falsificaciones, una prostituta convertida en María
Antonieta. La mente es infinitamente vulnerable a la sugestión, más aún cuando están
de por medio fuertes deseos. Y nada es más fuerte que el deseo de cambiar el pasado,
remediar un error, reparar una decepción. Halla esos deseos en tus víctimas y te será
simple crear una fantasía creíble: pocos tienen el poder de identificar una ilusión en la
que desesperadamente quieren creer.
Símbolo. Shangri-La. Todos tenemos en nuestra mente una visión de un lugar perfecto
en él que la gente es buena y noble, donde los sueños pueden realizarse y los deseos
cumplirse, donde la vida está llena de aventura y romance. Lleva de viaje allá a tu
objetivo, déjale ver Shangri-La entre la niebla de la montaña, y se enamorará.
REVERSO.
No hay reverso en este capítulo. La seducción jamás procederá sin crear ilusión, la
sensación de un mundo real pero aparte de la realidad.

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